Por Adela Navarro
La primera vez que fue electo para encabezar la Presidencia de Estados Unidos (2016-2020), Donald Trump tuvo a Enrique Peña Nieto como su homólogo mexicano. Dos temas fueron por entonces relevantes: la renegociación del que fue el Tratado de Libre Comercio de Estados Unidos, México y Canadá, y la construcción de un muro anti inmigrante en territorio norteamericano.
Del primero, expertos de los tres países y representantes de los sectores productivos, fueron los encargados de la elaboración de lo que ahora se conoce como T-Mec. En el lado mexicano, el entonces secretario de Economía, Ildefonso Guajardo; en el estadounidense, Robert Lighthizer, representante comercial de la nación vecina. Por Canadá, la ministra de Asuntos Exteriores, Chrystia Freeland.
Entre los tres negociaron, acordaron, vieron por sus respectivos intereses, y aquella nueva edición del Tratado no pasó a mayores; fluyó con experiencia y conocimiento de causa.
En el segundo tema, el muro antiinmigrante, se dio la concreción de la promesa de campaña de Donald Trump de cerrar la frontera con México para evitar el paso de ciudadanos extranjeros indocumentados, así como el tránsito de homicidas, delincuentes, narcotraficantes y sus consabidas drogas y humanos. El tema subió de tono cuando aún encampañado y ya avanzando en un discurso proselitista para buscar su reelección en 2020, Trump metió a México en su estrategia y argumentó, ante la escasez de apoyos económicos para su muro por parte de su administración, que nuestro país pagaría por la edificación de la barrera fronteriza.
Fueron notorios aquellos diálogos mediáticos entre el Presidente de Estados Unidos y el de México. Trump arengaba a sus seguidores y ciudadanos diciendo que construiría el muro y México lo pagaría, y Enrique Peña Nieto declaraba públicamente que no, que México no absorbería el costo del muro.
El último mandatario priista en la República Mexicana generó mucha empatía en la defensa de la soberanía mexicana y en el enfrentamiento claro y contundente que tuvo con su homólogo estadounidense, pero terminó la administración de Enrique Peña Nieto e inició la de Andrés Manuel López Obrador, fue el segundo Presidente mexicano con el que dialogaría el norteamericano Donald Trump. De la firma del Tratado que se había negociado en el sexenio de Peña Nieto y la campaña del muro trumpiano, con el morenista las hostilidades públicas del norteamericano disminuyeron. No precisamente porque López Obrador se impusiera a Trump, sino por lo contrario.
Envuelto en su campaña por la reelección en 2020, el tema de la migración fue y sigue siendo prioritario para Donald Trump, pero de la edificación del muro pagado por el Gobierno de México y los mexicanos, transitó de la mano de López Obrador y su canciller, Marcelo Ebrard, a la negociación para que fuese México, y no EU, el país que pusiera un alto a la migración.
El Gobierno de la República accedió a militarizar la frontera sur de México con elementos de la recién creada Guardia Nacional para evitar que caravanas de migrantes de Centroamérica y Latinoamérica lograran entrar al país y lo utilizaran de puente territorial para llegar a su destino final, Estados Unidos, a través de las fronteras mexicanas.
El gobierno de López Obrador sirvió de muro humano al gobierno de Trump, para detener la migración, ya ni fue necesario seguir con el discurso de la edificación de un muro de concreto cuando tenían a militares y guardias nacionales al servicio de las autoridades norteamericanas.
En consecuencia, con el entreguismo del gobierno mexicano hacia el norteamericano en el tema de campaña de Donald Trump, el canciller Marcelo Ebrard llegó a otro acuerdo: convertir a México en el tercer país seguro para la deportación de repatriados de EU que no eran de origen mexicano. Aquellos migrantes centroamericanos, africanos, europeos, asiáticos que habían logrado llegar a la frontera mexicana con la norteamericana, debían esperar en suelo mexicano la respuesta del gobierno estadounidense sobre su solicitud de asilo, refugio o migratorio. De la misma forma, aquellos que habían logrado internarse a la Unión Americana eran devueltos no a sus países de origen una vez rechazados o puestos en espera, sino a México.
AMLO fue más beneficioso para los planes antiinmigrantes de Trump de lo que había sido Enrique Peña Nieto, y entonces Donald Trump perdió la reelección y llegó el demócrata Joe Biden, que no tuvo exigencias migratorias para el gobierno mexicano, pero sí de otra clase y de mayor peligro y envergadura: la contención de los cárteles de la droga, la aprehensión de sus líderes, la persecución del tráfico de drogas, particularmente de fentanilo.
La historia reciente ya se sabe: el proteccionismo en el sexenio de López Obrador a los narcos criminales. Así detuvieron y liberaron a Ovidio Guzmán, aunque en una segunda edición de la captura, finalmente lo extraditaron, y el Presidente se encargó una y otra vez de declarar que México no era lo que Estados Unidos señalaba: un país productor y trasegador de fentanilo.
El último episodio de desencuentro en el tema del narcotráfico, contrario a la docilidad mexicana en el tema de los migrantes, es la captura de Ismael “El Mayo” Zambada García, “secuestrado” por un hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera y entregado a las autoridades de EU.
Aquella hazaña, lograr la captura del capo más longevo e impune de México, que durante casi 50 años lideró la criminalidad en este país y en el vecino, y que creció el poderío del Cártel de Sinaloa, fue celebrada como una victoria por parte del Gobierno de Estados Unidos, no así por el mexicano, donde de hecho la ahora Presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo, sigue exigiendo explicaciones y detalles de la captura a la administración estadounidense, dado que México procesa por traición a la Patria, al hijo de Joaquín Guzmán que entregó al Mayo.
En esas condiciones, el martes 5 de noviembre, Donald Trump ganó la Presidencia de Estados Unidos, y el 20 de enero de 2025 se convertirá en el Presidente número 47 de la Unión Americana. Su discurso, como en 2016 y 2020, son los migrantes extranjeros y los criminales mexicanos. A partir de ahí ha prometido a sus connacionales no sólo la continuación de su inacabado muro de concreto, sino deportaciones masivas nunca antes vistas, cierre de fronteras y persecución de los narcotraficantes mexicanos en su propio territorio.
Una vez más ha arengado al Gobierno de México que, de no apoyarle en sus propósitos, subirá los aranceles de importación a 20, 25 por ciento de lo establecido, y en 2026 se llega a una revisión del T-Mec que podría ser moneda de cambio para el norteamericano frente a la mexicana en Palacio Nacional.
En los primeros meses de 2025 veremos de qué madera política y administrativa está hecha Claudia Sheinbaum Pardo, si es de una cepa resistente como la que guió la defensa pública de Enrique Peña Nieto, o de una vara maleable, como la que permitió en la administración de López Obrador que Guardia Nacional y Ejército hicieran de muro humano contra la migración y convirtió a México en un tercer país seguro.
El futuro próximo está por verse.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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