Everardo Arturo Páez Martínez, apodado ``El Kitty”, fue el iniciador, en la década de los noventa, de la célula criminal más violenta del narcotráfico en México. Fue sicario de Ramón Arellano Félix, y el capo le confirió la tarea de reclutar a jóvenes para el cártel Arellano Félix, impune durante más de 20 años en el país, y aún activo en el ilícito negocio de las drogas.
Páez Martínez, compadre de Ramón Arellano, instauró el grupo criminal conocido como los Narcojuniors. Jóvenes miembros de familias pudientes de Tijuana, Baja California, con ansias de poder que terminaron entregados al narcotráfico a partir de influencias, poder criminal e impunidad.
Los Narcojuniors marcaron una década en Baja California y en el mundo criminal del narcotráfico. Se caracterizaban por andar bien vestidos, en automóviles de lujo, con hartos billetes para comprar conciencias, voluntades y personas. Lo que no podían comprar con dinero, lo adquirían con balas. Mataban por placer con facilidad impresionante. Es notoria la anécdota aquella, de cuando estaban en una casa en la zona privilegiada de Tijuana, celebrando una fiesta, y el vecino, un hombre de bien, profesional, decente, tocó a la puerta para solicitar que bajaran el volumen de la música, y le respondieron con un balazo en la frente.
Los Narcojuniors lo tenían todo: dinero, poder, armas, droga, impunidad. Fueron protegidos por la entonces procuraduría general de justicia de Baja California con credenciales de policías judiciales. Charoleaban por diversión sabiéndose invencibles. Mataron a subprocuradores, a investigadores, fiscales de la SIEDO, y a enemigos del cártel Arellano Félix.
Actuaban con una violencia incomparable. A un buen abogado, fiscal de la procuraduría del estado, le metieron más de cien balazos. El cuerpo era una red, dijeron los forenses que trataron los restos del hombre. Después de acribillarlo, lo ataron con una cadena a una camioneta. La encendieron a toda velocidad y arrastraron el amasijo de carnes y huesos hasta casi desaparecerlo. Enviaron con esa brutalidad un mensaje a las autoridades locales y federales: a quien osara investigarlos, le pasaría lo mismo.
Everardo Arturo Páez Martínez, fue el encargado de reclutar a los Narcojuniors. No batalló mucho. Acudió a la escuela preparatoria más prestigiada de Tijuana y prácticamente los seleccionó del álbum escolar. Aquellos necesitados de poder y con ganas de destacar. Fueron más de diez los jóvenes que cayeron en la red criminal, que Ramón Arellano se encargaría de capacitar. No es falso aquello de que los envió a Israel a instruirse del Mosad. Los jóvenes hambrientos de poder aprendieron a manejar las armas de manera profesional. A dominar la estrategia para matar. Siempre de una u otra forma cuando la víctima estaba más vulnerable: al salir o al regresar a casa. Cuando presionaba el control de la cochera, ya le estaban apuntando diez armas largas. Cuando llegaba por la noche después de la jornada laboral, lo mismo. Tenían la ventaja de haber seguido durante varios días al objetivo para aprender su rutina. Asesinaban sin conciencia. A la mala. Celebraban sus matanzas.
David Corona Barrón, un joven líder de los sicarios del cártel Arellano Félix en San Diego, California, Estados Unidos, se tatuaba una calavera cada que mataba a una persona. El tamaño del esqueleto craneal determinaba la importancia del sujeto asesinado. Si era un fiscal, las dimensiones eran mayores a las de un narcomenudista asesinado por traicionar al cartel.
Los Narcojuniors fueron lo peor que le sucedió a Baja California, pero también significaron el final del poderío del cártel Arellano Félix, en dos momentos trágicos de la historia de México: cuando asesinaron, en 1993, al cardenal Juan Jesús Posadas y Ocampo, y cuando intentaron matar al periodista Jesús Blancornelas, en 1997. Entonces intervinieron con dos temas que en la época eran vitales en el desarrollo del país, la religión y la libertad de expresión.
Así inició la persecución contra el cártel Arellano Félix. Los Narcojuniors fueron cayendo, unos asesinados por sus rivales cuando se vieron acorralados, otros atrapados por policías norteamericanos. Algunos sobreviven, después de hacer pactos con la fiscalía norteamericana, lograron acogerse al sistema de testigos protegidos.
Hoy día, aquella terrible, violenta época para México, es, supuestamente, retratada por la serie Narcos, y, orgulloso y pleno, el reguetonero Bad Bunny, Benito Antonio Martínez Ocasio, solicitó interpretar a Everardo Arturo Páez Martínez, el asesino más prolífico del cártel Arellano Félix, y orquestador de los Narcojuniors.
Mayor apología del delito, en tiempos de influencers, no puede haber.
Mal, Bad Narcos, están de regreso.
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