Por Adina Chelminsky
He oído tantas veces la frase “la conspiración judía para _____________________” (llenar el espacio con la frase que corresponde a la coyuntura y/o a las filias y fobias del locutor: conquistar el mundo/manipular las elecciones/ controlar los medios/ robar) que, siendo judía, empiezo a creer que realmente existe.
¿Dónde será? ¿Quiénes irán? ¿Cuál es el código de vestimenta? ¿Qué servirán de comer? Y lo más importante, ¿por qué CHINGADOS no me han invitado?
Soy judía (100% judía ashkenazí, según mis estudios de DNA), buena para los negocios, con contactos en todo tipo de círculos sociales, hablo tres idiomas, soy bas-tan-te cabrona y puedo actuar como mustia. Asumo que esos son requisitos indispensables.
Digo, si uno quiere ayuda para subyugar al mundo creo que mi perfil sería perfecto para contribuir a la causa.
Lo que me falta de ceros en mis cuentas bancarias, me sobra en energía, disposición y planeación estratégica.
Puedo mimetizarme perfectamente bien con todos los presuntos implicados de la conspiración, que cambian según la época y el país, pero que, generalmente, incluyen a los Rothschild, Soros, políticos varios, dueños de los medios de comunicación, cualquier semiacaudalado cuyo apellido acabe en Berg o en Sky; no importa si realmente son o no judíos. Si tienen la nariz grande, seguro son de esos sabios de zión. Aunque quiero pensar que, a estas alturas de la lucha por la equidad de género, debe incluir a algunas sabias.
Además, me gusta el amplio espectro que tiene la conspiración. Usando el lenguaje de las empresas de hoy, digamos que es una conspiración Unicornio. Nada de límites autoimpuestos. Buscan apoderarse de todo. Desde lo más material, oro, joyas, mercados de valores y cyber-monedas, hasta lo más dogmático como la democracia y los medios de comunicación. La sangre de los niños no judíos es sólo la cereza en el pastel.
Sin duda no es una conspiración perfecta. ¿Cómo puede ser que los conspiradores no hayan podido mantener el secreto de su existencia?
Es un poco como el herpes. Se mantiene latente y semiolvidada en el ambiente hasta el momento en que algún judío (o alguien de apellido judío) es protagonista de alguna noticia o evento la saca a la luz (here´s looking at you, Ye).
Es irónico, si los judíos son los dueños de todo y los controladores todopoderosos de los medios ¿no deberían poder mantenerla en absoluto secreto?
Primer punto que voy a traer a la mesa en la primera junta que me inviten.
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He vivido 50 años, siendo una judía en un mundo gentil. Orgullosa de mi origen, orgullosa de poder transitar y vivir en dos mundos y poder aportar, aunque sea algo, a ambos. El pertenecer a ambos no me compromete, me hace una persona más integral.
Y he aprendido, desde muy chica, a vivir con antisemitismo. Desde el que viene de la ignorancia o el desconocimiento hasta el velado y mustio, hasta el agresivo y fatal. Nunca peor que hoy en día.
¿Duele? Sí. Que te manden una foto de un jabón con el título, “tus antepasados”, cala.
Sobre todo me duele cuando, cada vez más, mis hijos se enfrentan a comentarios y acciones antisemitas. Se van a acostumbrar, van a aprender a responder, se les va a hacer más gruesa la piel. Como a mí y a mis papas y a los papás de mis papás.
Pero más que nada, el antisemitismo enoja, porque los argumentos y descalificaciones que usan una y otra vez, son ajenos a la razón y es imposible establecer un diálogo de entendimiento o, por lo menos, de cordialidad.
La idea de la existencia de la conspiración judía es el hilo conductor de todos los tipos de odio hacia los judíos. Es el alfa y el omega del antisemitismo. Ahí empieza y ahí termina.
El problema no son sólo las personas que juran en fuerte su existencia (no porque les conste sino porque es un odio generacional pasado de padres a hijos) sino, también, los cómplices silenciosos que creen en su existencia pero lo hacen en quedito; y, más triste aún, aquellas personas que saben que son patrañas pero no alzan la voz para poner en su lugar a los agresores o combatir las mentiras. La mayoría silenciosa. La mayoría cómplice.
Además, no por criticar las ideas de los demás, pero sí la originalidad con la que viven su vida y sus odios.
¿Cómo que hay que encontrar una nueva manera de crear pánico y odio, no?
Señoras y señores, todos ustedes que hablan abiertamente de la conspiración judía por conquistar el mundo (o que en privado creen que existe) no están tocando nada nuevo. No la descubrieron haciendo periodismo de investigación digno del Pulitzer, no se infiltraron en una célula terrorista. Simplemente están repitiendo la forma más básica, cruda y vil de antisemitismo que vive desde la edad media.
Y si piensan que el creer, propagar o tácitamente aceptar mentiras en contra de los judíos solo afecta a los judíos están muy equivocados. Porque la misma sociedad y mentalidad que cree, propaga o tácitamente acepta estas mentiras es la que da pie y cabida a creer y propagar la teoría de los “Bad Hombres… Todos los mexicanos son violadores” o las calumnias de los “consejos a favor de la familia” en contra de las parejas homosexuales que quieren adoptar hijos, o las aseveraciones que las mujeres son genéticamente menos inteligentes que los hombres.
O eres tolerante con toda la gente o no eres tolerante con nadie.
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Pero bueno, regresando a la cuestión central de esta columna. ¿Y si la conspiración judía realmente existe?
Mmmmmmmhhhhhh.
Si alguno de los conspiradores lee esto les suplico que me busquen y me incluyan en la próxima reunión (asumo que teniendo control sobre el mundo no les será difícil encontrar mi teléfono celular o email). Para como está la situación financiera en este momento no me vendría mal una entradita adicional de dinero.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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