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Por Aideé Zamorano

Veo borroso porque traigo los ojos inundados, mucho frío y un nudo en la garganta. Regresaron los días en pijama, la furia. Duermo bien, hablo y como poco, no hago ejercicio y me es difícil estar en espacios con mucha gente y ahora parece que tampoco puedo escribir. Tras recibir consejos en el chat de Opinión 51 he comprendido que no voy a sacar mis columnas pendientes si primero no reintegro el poder de mis palabras y mi voz, ese al que en un viernes de julio -en un documento de dos cuartillas- múltiples personas me confesaron tenerle pavor. Quisieron sacar ventaja de las omisiones en la legislación sobre el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo, el fin de una legislatura y la pobreza laboral para intentar regresarme al espacio más oscuro de mi enfermedad mental.

Viernes, domingo, domingo y recuerdo muy poco o nada de los otros días. Soy Dorothy y mi tornado es una conjunción entre Amaia Montero, Simone Biles y el poder judicial.

Es en el Estado de México y no en Kansas en donde comprobé la incompetencia del tribunal laboral, el abuso de poder contra una sola persona ejercido desde una organización trasnacional, la complicidad de quienes hacen de la violación de derechos humanos y laborales un negocio. La semiótica está de mi lado, como cuando entregué en una bolsa de croquetas para perro una computadora y un celular y firmaron de recibido. 

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.