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Por Aidée Zamorano

El 12 de octubre se avivó la conversación pública sobre la solicitud de México a España de ofrecer disculpas por los agravios cometidos durante la colonización. La situación y mi rol de cuidadora me recuerdan a las dinámicas familiares que se exploran en la película Encanto de Disney. En la película, la familia Madrigal vive con el peso de una historia de traumas no resueltos, heredados de generación en generación. Cada miembro de la familia intenta sobrellevar ese legado a su manera, pero hasta que no enfrentan los verdaderos problemas del presente, el “encanto” que los mantenía unidos empieza a desmoronarse.

Esa exigencia de escuchar un perdón es como pedirle a nuestros abuelos muertos que se disculpen por las violencias cometidas contra nuestras abuelas. ¿Qué sentido tiene, si lo que realmente necesitamos es resolver las violencias que aún existen hoy? La mayoría de esos abuelos ya no están. Y reabrir un conflicto entre dos naciones hermanas en 2024, cuando tenemos tantas heridas actuales por sanar, me parece innecesario. Es como querer arreglar la casa de la familia Madrigal enfocándonos solo en las grietas del pasado, en lugar de reforzar los cimientos para el presente.

Si realmente queremos un cambio, preferiría que México adoptara las licencias de maternidad y paternidad iguales e intransferibles de 16 semanas que España tiene desde el año 2021. Eso sí sería un avance que refleje un compromiso real con el bienestar de las familias, las mujeres y los hombres que cuidan. Así como en Encanto, donde la clave está en reconocer la importancia de cada miembro de la familia, esta medida es un reconocimiento a la corresponsabilidad de los cuidados. Nos permitiría construir un sistema más igualitario y justo, en vez de simplemente pedir perdón por algo que no podemos cambiar.

Llegué a España hace apenas un mes para hacer un máster que había pospuesto por al menos 15 años. Mi familia y yo nos hemos sentido arropados y acompañados desde el primer momento. Hace unas semanas fui invitada a desfilar con el contingente de México por la Gran Vía en Madrid. 

Durante el desfile, mientras yo llevaba un traje típico de la costa de Sinaloa, una mujer mexicana me gritó con emoción:

— ¡Viva México!

— ¡Vivaaaa! —respondí llena de orgullo.

— ¡Viva Claudiaaaa! —gritó ella de nuevo, y yo respondí:

— ¡Vivaaaa! —compartiendo una mirada de emoción y lágrimas con esa desconocida que, al igual que yo, se siente llena de esperanza.

PresidentA: muchas de nosotras, dentro y fuera de México, estamos pendientes de ti. Aquí en España, las mujeres celebran tu llegada. Hay un aire de emoción y orgullo por lo que representas. Pero más allá de los símbolos, este es un momento crucial. Podemos lograr un impacto positivo para toda Iberoamérica, siempre y cuando no perdamos de vista lo que realmente importa.

Al igual que en Encanto, donde el verdadero problema no era la magia perdida sino la falta de comunicación, lo que necesitamos son acciones concretas, políticas que promuevan la igualdad y el bienestar de las personas. Es el momento de seguir construyendo una relación entre México y España que prime los avances en temas tan esenciales como la igualdad de género, la corresponsabilidad de cuidados y los derechos laborales.

Escucho disculpas no pedidas por parte de propios y extraños, pero lo que deseo es que aprovechemos este momento para transformar realmente nuestras sociedades. Así como la familia Madrigal tuvo que enfrentarse a sus problemas reales para salvar su hogar, México y España tienen la oportunidad de construir un futuro conjunto basado en la paz, el respeto y el progreso.

Mientras gritamos “Viva México” y “Viva Claudia”, no perdamos de vista el verdadero trabajo que tenemos por delante. Construyamos juntas un futuro donde lo que importe no sea quién pide perdón, sino quién se atreve a cambiar el presente para mejorarlo.

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