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Por Aideé Zamorano

Quienes militamos en los feminismos vamos evaluando el mundo con lentes violeta; una vez escuché que adentrarse en el morado y verde feminista equivale a joderse la vida. Nos pasamos los días corrigiendo declaraciones fuera de lugar, analizamos contenidos y si queremos, cancelamos aquellos que reproducen los mandatos de género. También criticamos las decisiones del poder y al mismo tiempo nos apalancamos del sistema para hacernos visibles; salimos a marchar, tomamos las aulas, las oficinas, hablamos fuerte y directo; usamos los espacios que tenemos en los medios para compartir la digna rabia y todo eso no nos exime de convertirnos en sobrevivientes de alguna violencia.

Hace quince días me declaré públicamente sobreviviente de violencia laboral, señalé a mi antigua empleadora como responsable de la enfermedad de salud mental que atravieso, hoy dependo de medicamento para dormir por las violencias que viví durante veintinueve meses en mi ex oficina, ese padecimiento escaló hasta ideación suicida y NO, no pensaba ofrendarle mi vida a una organización (habría sido mucho desperdicio); las violencias psicológicas son las más difíciles de detectar, las más complejas de analizar y con todo y mi militancia feminista, a mi también me pasó.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.