Por Alba Medina
Casi todas las guerras comienzan cuando un grupo de hombres ven la posibilidad de concretar sus ambiciones y encuentran el suelo propicio para sembrar su odio. Hace 19 años, frente a una cámara de televisión, cuatro hombres vestidos con traje negro nos anunciaron el inicio de una guerra. Desde ese día a la fecha, todos nuestros amaneceres han estado empañados de sangre. Nunca la de ellos, siempre la de otros.
Iniciar una guerra es fácil, y no hay heroísmo en ello. Sólo hacen falta unos cuantos discursos nacionalistas, algunas falacias amelcochadas y un “hombre de paja” que represente la maldad en grado supremo, así obtenemos el suministro de terror perfecto para que un conflicto sea eterno.
Al contario, contemplar la paz como una posibilidad es un acto excepcional. Surge casi siempre de un sueño inocente —aunque los sueños casi nunca son inocentes— y poco a poco esta idea va contagiando a las personas hasta llegar a la gran catarsis colectiva donde la única opción posible es la reconciliación.
A lo largo de la historia, las mujeres han sido protagonistas de los procesos de paz: Colombia, Guatemala, Irlanda, Ruanda, Sudáfrica, Cherán, y particularmente Liberia. El sueño de la paz comienza en los lugares más peregrinos como un mercado de pescados. En medio de una de las más terribles crisis de gobernabilidad que ha atravesado este país africano, Leymah GBowee, madre de cuatro hijos, se puso un pañuelo blanco en la cabeza y convocó a otras mujeres de su iglesia cristiana a orar en medio de un mercado público para exigir el fin de la guerra civil en Liberia, la cual favorecía a los grandes intereses económicos que significaba la explotación de los recursos naturales como el caucho y los diamantes; y era sostenida ideológicamente por la desigualdad entre las diferentes grupos étnicos y culturales. Niños de entre ocho y 15 años eran reclutados, drogados, armados y entrenados para matar sin remordimiento. GBowee trabajó con estos niños y lo que advirtió en sus miradas la impulsó a actuar. Las mujeres musulmanas se unieron a su causa y crearon el movimiento Acción Masiva por la Paz de las Mujeres de Liberia. Su resistencia pacífica fue crucial para lograr el fin de la segunda guerra civil de Liberia en 2003 y condenó al expresidente Charles Ghankay Taylor por crímenes de guerra y lesa humanidad. Junto con Tawakkul Karman, Leymah GBowee obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2011.
La experiencia de este movimiento y de las miles de mujeres que han creído en la solución de los conflictos nos recuerda que la paz es posible, siempre es posible, de otra forma la humanidad se hubiera extinguido hace siglos. Cualquier guerra tiene los días contados porque tarde o temprano los hombres se cansan de morir sin sentido y las mujeres de mandar a sus esposos e hijos al matadero.
En México, hace 19 años nos dijeron que la única solución a la violencia era más violencia, abrir la puerta del infierno y mirar a los diablos a los ojos, prenderle fuego a la madriguera y esperar a que las ratas salgan y encuentren el veneno.
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