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Por Alejandra Gonzalez Duarte
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A los 12 años, Marina fue arrancada de su hogar y vendida como esclava. Resiliente y brillante, pronto dominó el idioma de sus captores. Poco después, fue entregada a los extranjeros recién llegados. Hernán Cortés no tardó en quedar cautivado, no solo por su belleza, sino también por su habilidad para moverse entre dos mundos. La astucia de Marina la convirtió en intérprete, aliada, amante y madre. Su relación con él le ofreció no solo un compañero, sino también una vía hacia su liberación y un lugar en un mundo que la había denigrado una y otra vez por ser mujer.

Su contemporánea, Isabel, la primogénita de Moctezuma, creció bajo el yugo de un padre que veía a las mujeres como piezas para forjar alianzas políticas y consolidar su poder. Casada por primera vez a los 9 años, antes de cumplir 15 ya había pasado por tres matrimonios, cada uno de ellos una negociación entre poderosos, un sacrificio de su vida para fortalecer el imperio. Cuando la guerra finalmente estalló y Moctezuma fue derrocado, Isabel fue entregada como esposa a uno de los líderes conquistadores. En este último matrimonio, encontró la oportunidad de resurgir como líder por derecho propio. Junto a su nuevo esposo, fue nombrada terrateniente, y desde esa posición educó a su pueblo en una nueva fe, enseñándoles a ver la caída de su padre no solo como una tragedia, sino como una lección dictada por el destino.

Aunque en ambas historias se habla de "amor", es crucial reconocer que este amor no fue una experiencia libre de violencia, sino una respuesta a circunstancias extremas. Los hombres en sus vidas, como Cortés y los esposos de Isabel, fueron mayormente figuras de poder que inicialmente las controlaban. Sin embargo, a través de sus relaciones, estas mujeres encontraron maneras de superar la violencia y ejercer influencia, transformando su realidad y la historia que las rodeaba. Ambas mujeres, Marina (Malintzin, Malinalli o Malinche) e Isabel (Ichcaxóchitl, de cariño), comenzaron sus vidas como víctimas, atrapadas por la violencia de sus hogares. Antes de sus matrimonios, ya habían sido vendidas, casadas y tratadas como moneda de cambio por sus propios padres, quienes las veían como herramientas para asegurar alianzas o poder. Aunque en sus matrimonios también enfrentaron violencia, su vida previa bajo el control de sus padres no les ofrecía un mejor destino.

La Conquista de Mesoamérica no fue solo una historia de hombres violentos imponiendo su voluntad sobre un pueblo indefenso. Intervinieron muchos factores: el resentimiento de los pueblos sometidos al dominio excesivo del monarca azteca, el devastador impacto de la viruela sobre una población sin inmunidad, y también, aquellas primeras mujeres que, al huir de un destino cruel en sus propios hogares, encontraron una alternativa para sobrevivir. Ellas, las primeras madres de la cultura mestiza, vieron en la colaboración entre mundos aparentemente irreconciliables una oportunidad de transformación. Su resiliencia y legado dieron forma a lo que hoy nos define. Todo depende de cómo se cuente la historia, pero hasta hoy, las mujeres mexicanas no sabemos a quién exactamente deberíamos exigirle perdón.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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