Por Alma Delia Murillo
Era 1996, yo no tenía ni demasiado amor ni demasiadas ganas de enamorarme, era la chica sensata que debía cuidarse para volver a salvo a su casa en Ecatepec luego de las clases en la universidad y de ese trabajo de recepcionista que estaba en la punta del carajo también conocida como Acoxpa.
Un día me volé la clase con una amiga y nos metimos a un Sanborns a comprar pan dulce y hojear libros antes de que cada una tuviera que irse a su respectivo trabajo precarizado de medio tiempo. En una mesa de “recomendados” estaba la novela Demasiado amor, de Sara Sefchovich, tomé el ejemplar abierto y comencé a leer: “Por tu culpa empecé a querer este país. Por tu culpa, por tu culpa, por tu grandísima culpa … ¿habrá alguien que conozca tantos hoteles como yo?” No podía soltarlo pero tampoco podía pagarlo. Y no, tampoco podía robarlo, no había condiciones, camaradas.