Dice Nietzsche que los seres humanos somos capaces de soportar los sufrimientos más terribles, prolongados, intensos; los seres humanos somos capaces de soportar todo el sufrimiento imaginable, pero no somos capaces de tolerarlo si no tiene sentido. Quizá eso explique esta necesidad desbordada de futurear, prever y explicar a dónde va un fenómeno que estamos padeciendo todavía pero que insistimos —racionales incorregibles— en intelectualizarlo para anticipar lo que va a suceder con el mundo a partir de la pandemia.
El día de ayer conversaba en una entrevista a la que inevitablemente llegó la pregunta: ¿Qué crees que va a pasar con nosotros ahora que salgamos de la epidemia del Covid-19?, pensé en aquello que afirma Nietzsche, nos sostenemos contra el sufrimiento confiriéndole sentido de distintas maneras: racionales, religiosas, mágicas. Hay una necesidad desesperada de entender para qué y para dónde aun en medio del huracán en pleno, aun cuando estamos siendo revolcados por la ola. Somos increíbles.
Hace poco se publicó el libro “Sopa de Wuhan” donde se compilan textos de filósofos contemporáneos que, con las mejores intenciones y con las mentes más brillantes, igualmente sucumbieron ante la necesidad de predecir, de apostar por una explicación que resulte en un modelo predictivo —o en una apuesta adivinatoria— y que nos diga a dónde vamos. Y no sólo se dan el lujo de anticipar el futuro, también explican por qué sucedió que el Coronavirus vino a sacudir el mundo, o sea, que comprimen las razones del pasado buscando el entendimiento. ¿Cuánto son dieciocho meses en tiempos históricos? ¿Cuánto es año y medio en los tiempos del universo? Nada, no son nada. ¿Estamos ya listos para elaborar, resumir, explicar, fundamentar, rastrear el origen del momento que hoy vivimos y anticipar hacia dónde vamos?
Leer esa compilación que va de Judith Butler a Slavoj Zizek, Byung-Chul Han, Patricia Manrique y otros tantos, es un vértigo porque, al final, nuestra necesidad de pensar y de filosofar no alcanza para tranquilizarnos mientras la ola nos arrastra como sí lo haría dejar la ola atrás a brazadas para luego, con distancia y volviendo a respirar, quizá empezar a entender qué está pasando.
Algunos de los filósofos en la compilación, casi todos, colocan al capitalismo feroz en el centro de la explicación del pasado, del por qué; otros, incluso, se aventuran a futurear que quizá comprenderemos que el camino es bajar la intensidad de la pasión por el consumo libérrimo y desenfrenado, para ir, poco a poco, hacia un modelo más parecido al comunismo.
Que si vamos a cambiar como humanidad, que si la gran lección ya está asimilada, que si la imperante transformación para sanar no se limita a la inoculación celular y biológica, sino a la transformación política… wishfull thinking, dijeran aquellos.
Recién escuchaba un pódcast de filosofía donde abordaban esta misma cuestión: ¿La pandemia logrará el milagro de nuestra transformación como sociedad? A esa pregunta se respondió con otra pregunta lapidaria: ¿Alguien quería después de la destrucción que provocó la Primera Guerra Mundial que hubiera una segunda?, ¿no estaban convencidos los países de que aquella guerra bestial se había peleado para nunca más volver a tener que pelear otra? Entonces vino la Segunda Guerra Mundial que fue, por mucho, infinitamente más devastadora…
No creo que vayamos a cambiar demasiado, pero, aquí estoy, también yo, sucumbiendo a la necesidad de anticipar el futuro.
Pero es que necesitamos pensar y necesitamos escribir, necesitamos conferirle sentido al abismal desastre que somos.
En fin, que voy de la Sopa de Wuhan a una sopa de humildad, a un océano de preguntas, a entender que el universo, con y sin pandemia, es inabarcable para el entendimiento.
Como dice Octavio Paz en “El mono gramático”: El universo es un texto insensato y que ni siquiera para los dioses es legible.
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