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Por Ana Cecilia Pérez 

El fenómeno de las “Sephora Kids” y la normalización de una feminidad precoz.

Cuando éramos niñas, la infancia olía a plastilina, a libros recién forrados, a crayolas derretidas en el sol. Hoy, para muchas niñas, la infancia huele a sérum de vitamina C, a crema antiarrugas, a delineador en gel.

El fenómeno de las “Sephora Kids” —niñas de entre 8 y 12 años que acuden en grupo a tiendas de belleza de lujo para probar productos, comprar rutinas completas de skincare y replicar tutoriales de TikTok— no es una simple moda. Es un reflejo doloroso de cómo estamos transformando la infancia en una vitrina de consumo, estética y perfección.

No son ellas las responsables. Son el espejo de un sistema —y de muchos adultos— que ha convertido la imagen en el centro de la identidad. Son hijas de una cultura digital que les enseñó que el “glow” es más importante que el juego.

Y sí, también son hijas de muchas cuentas de redes sociales administradas por madres —las llamadas “mom running accounts”— que las han expuesto desde bebés como contenido: mostrando su ropa, su cuarto, su rostro, su día a día. De ahí a convertirse en mini influencers, en aspirantes a “glow girls”, hay solo un paso.

El problema no es el maquillaje. Es la presión.

Es la feminidad reducida a filtros, likes y cremas antiedad antes de que termine la primaria. Es adultizar a nuestras hijas antes de tiempo. Es sexualizarlas sin darnos cuenta, cuando celebramos que se visten “como grandes”, que hacen “transiciones perfectas” en TikTok o que posan como modelos.

Y mientras tanto, crecen con estándares imposibles. Aprenden que para ser valoradas hay que verse perfectas. Que para tener atención hay que mostrarse. Que el cuerpo siempre debe estar disponible para la mirada ajena.

Esto no solo daña su autoestima. También las expone a riesgos reales: grooming, acoso, comentarios sexualizados y la normalización de una mirada externa sobre su propio cuerpo. Una herida silenciosa que muchas cargarán por años.

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