Por Ángeles Mariscal

El 29 de mayo, cuatro días antes de la votación, Juan N me llamó. Sus familiares, dos ancianos, querían regresar a Frontera Comalapa, esa región de la sierra de Chiapas donde desde hace al menos tres años, dos cárteles de la droga se disputan el territorio entre ellos, usando como tácticas el someter y colocar a la población como barrera humana, o como parte de sus estructuras criminales.

Los ancianos querían regresar, y regresaron desde su exilio, porque el cártel que tiene el control de su comunidad les advirtió a los desplazados por la violencia que si no regresaban a votar el 2 de junio, las tierras y casas que dejaron atrás iban a ser entregadas a otras personas.

Juan N y yo conversamos desde hace ya mucho tiempo. Me contactó cuando él y su familia ya eran parte de los miles de pobladores desplazados de este municipio y de la región de la sierra de Chiapas. No solo en Frontera Comalapa, sino en Chicomuselo, Bella Vista, El Porvenir, Siltepec, La Grandeza, entre otros municipios, viven la misma tragedia: acoso, despojo, desapariciones, asesinatos, desplazamientos forzados.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.