Por Bárbara Anderson
Silencio. Corre audio. Tres, dos, uno. Marca.
(claqueta)
¡Acción!
En un par de grandes pantallas una mujer mira una escena dentro de una habitación en un departamento. Es la directora, Mariana Chenillo.
A su lado un hombre observa con obsesión las cuatro esquinas de un cuadro donde hay una mujer y un hombre. Es el responsable de fotografía, Serguei Saldívar Tanaka.
Esos monitores son como cajas de mago que encierran una historia.
Una pareja comienza a dialogar.
Ella protesta, él le da sus puntos de vista.
Es una danza de frases que escucho en la voz de terceros pero que conozco perfectamente.
Ella soy yo.
Él es Andrés, mi esposo.
Parece un cuento de Julio Cortázar: ahí estamos nosotros viendo como ‘otros nosotros’ viven hoy la vida que vivimos hace unos años.
Somos los mismos, pero en un mundo paralelo encerrado en una pantalla rodeada de números y datos, donde nuestra vida real la interpretan actores, donde podemos repetir sin error los diálogos que ocurren en una habitación, donde nos vemos siendo hoy quienes fuimos.