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Por Bárbara Anderson
"Uno debe tener cuidado con lo que 
se lleva cuando se va para siempre".
Leonora Carrington

Mi mamá murió hace dos años, a 7,500 kilómetros lejos de mí. 
Mi papá murió hace siete años, a 15,000 kilómetros lejos de mí. 
Esta semana por primera vez volví a mi casa, en Argentina. 

Necesitaba ver cómo era estar en un espacio donde transcurrió mi vida por 18 años y a donde regresaba cada verano, ahora sin ellos esperándome. 

Sentada en una cocina vacía, sin aromas, sin ruidos, sin voces, sin vida pensaba que migrar, que irse, es un concepto tan amplio que no cabe en una sola palabra. 

No existe un nombre para ese momento en que sin saberlo estábamos compartiendo la última comida, o cuando nos dimos el último beso o tomando una fotografía a algo que desaparecería para siempre. 

No existe una palabra que nombre la necesidad de empezar a recorrer tu pueblo de la infancia como turista, que lo mires de otra manera, que lo camines con otro paso y con otro fin. 

Volví a mi pueblo y tomé fotos de detalles insólitos y hasta de paisajes que no veía (¿valoraba?) cuando lo habitaba en presente, sin pasaporte en mano, sin melancolía.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.