M es una mujer sorda que lleva tres años recluida en el Penal de Neza Bordo. Nunca pudo escuchar por qué la encerraron, tampoco sabe leer ni escribir. Una ONG le consiguió un audífono para que por primera vez pueda escuchar la sentencia que la dejará en libertad.
“Gracias por los aparatos, ahora solo espero que me declaren inocente”, dice M, una mujer mayor que lleva desde 2019 privada de su libertad en el Centro Penitenciario y de Reinserción Social Nezahualcóyotl Bordo de Xochiaca.
¿Cómo llegó M a la cárcel? Hubo una pelea en su colonia.
En medio de todo el tumulto una sola mujer le respondió que sí a la policía cuando le preguntaron si ella había comenzado todo. Pero en realidad nunca escuchó lo que le preguntaron. Tampoco escuchó nada de lo que le preguntó el juez, quién decidió que ella en silencio era culpable y que debía ser trasladada a esa cárcel. En realidad M, nunca entendió lo que le dijeron las autoridades porque ella es sorda. Nadie la apoyó, ni tampoco en el Ministerio Público les llamó la atención su cara de desconcierto y desesperación.
“El caso de M es un ejemplo de cómo funciona el sistema penitenciario. M no solo no escucha, sino que tampoco entiende Lengua de Señas Mexicanas. Tampoco sabe leer ni escribir y el director nos hizo llegar esta historia en mayo y salimos a pedir apoyo para conseguirle los aparatos que le permitan escuchar al juez que sigue su caso”, me dice Daniela Ancira una de las fundadoras de La Cana. Se trata de una organización civil que trabajan unas 270 mujeres privadas de su libertad para ayudarlas a reinsertarse en la sociedad a través de talleres de tejido (estos muñecos amigurumi), costura, macramé y bordado, lo que les permite aprender oficios, recibir ingresos formales y capacitación para poder tener herramientas (como computación, por ejemplo) que las ayuden al salir de la cárcel. “Convertir estos espacios en lugares de oportunidad y no de castigo” es uno de los mensajes que esta organización mueve junto con kilos de estambre de colores en los penales de Barrientos, Ecatepec y Nezahualcóyotl Sur (en el estado de México) además del de Santa Marta Acatitla, en la Ciudad de México.
“El juez que ahora lleva el caso nos dijo que él no podía continuar con la causa si ella no escuchaba el juicio aún si se comprueba que es inocente porque tampoco pueda dejarla ir si ella no entendió nada de lo que pasó”, me explica Ancira.
Lo que por primera vez en tres años harán con M es ‘juzgar con perspectiva de discapacidad’, algo que obliga la Convención por los Derechos de las Personas con Discapacidad. ¿Qué quiere decir esto? Que todos necesitan que se les den las herramientas y apoyos necesarios para seguir una causa judicial en igualdad de condiciones.
Según el Censo Nacional de Sistema Penitenciario Federal 2022, 12,344 mujeres con discapacidad se encuentran en alguno de los 319 penales a lo largo del país. Esto equivale al 5.6 por ciento del total de personas privadas de la libertad (220,420). Entre 2020 y 2021 la población que presentó alguna discapacidad se incrementó 3.9 por ciento.
En este caso era contar con un par de audífonos que tardaron 31 meses en llegar a sus oídos.
“Esperemos que ahora quede libre y pueda continuar con esta causa sin el hueco del silencio que la acompañó en la cárcel”, agrega Ancira, “este es el tipo de casos injustos que vemos en el sistema penitenciario: cuando afuera hay una violencia extrema en las cárceles hay un montón de personas que no deberían estar encerradas”.
La Cana desde hace 10 años no solo tiene sus talleres de tejido y bordado (que por cierto son muy terapéuticos) sino que también dan apoyo psicológico. Dentro de la salud mental, la depresión por ejemplo, es la primera causa de discapacidad en mujeres.
Para ello la organización cuenta con un equipo de psicólogas, una criminóloga y abogados para que el acompañamiento sea integral.
“Si bien tenemos talleres de capacitación, también nos enfocamos en la salud mental. No se puede hablar de reinserción social sin tocar la parte psicológica, desde tomar conciencia de lo que hicieron –si es que cometieron algún delito– o que logren superar los problemas que vivieron en el pasado. Nos enfocamos mucho en violencia de género, porque muchas de las mujeres en las cárceles llegan allí por causa de sus parejas y no sabían lo que eran los distintos tipos de violencia que existen, no solo la física”, me dice la fundadora de La Cana.
La tarea de apoyo psicológico, no solo es para quienes están en prisión sino también para quienes quedan en libertad, un seguimiento que no existe en el sistema penal mexicano.
“Es fundamental apoyar en ese preciso momento en que están tan vulnerables y solas para que no caigan en la delincuencia. Para que entiendan cómo cambió la sociedad en los años que estuvieron encerradas”, afirma Ancira. El apoyo también se amplía a los hijos de quien salió de la cárcel porque muchas dejaron niños al entrar a prisión y salieron con ellos adolescentes y el trato y la autoridad sobre ellos es muy difícil.
El programa “Seguimiento en libertad” se enfoca a las mujeres que ya están fuera de la cárcel, ya son unas 40 mujeres a las que La Cana ‘no suelta’ y que apoya. Muchas de ellas siguen produciendo productos para la tienda en línea de la fundación y en otros casos las han reubicado en otras empresas como secretarias o en el sector turístico.
La Cana ha logrado (casi metafóricamente) enseñarles a tejer a estas mujeres en la cárcel mientras les tejen a su alrededor una red de contención que no las deje más solas de lo que entraron en el penal.
“Nuestra meta es demostrar que sí se puede, que muchas veces solo necesitan las herramientas para alcanzar oportunidades que nunca tuvieron porque las mujeres en los penales en su mayoría vienen de entornos muy violentos”, reconoce Daniela.
Y de abandono. La señora M llegó a la cárcel después de toda una vida sin que nadie le diera la oportunidad de tener audífonos. Le robaron el derecho de ir a la escuela, de aprender a leer y escribir, de tener un trabajo, de saber cómo defenderse y conocer sus derechos.
Ella vivió sin oír hasta que un evento ajeno y aún sin aclarar la convirtió en una delincuente.
Y ella ni sabe lo que está pasando hoy con su vida ni con su futuro.
La señora M ahora está aprendiendo a oír tras las rejas, para poder abandonarlas lo más pronto posible.
Esta historia me recuerda a la inscripción que había en uno de los muros del Palacio de Lecumberri: “en esta cárcel ingrata, donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza”.
@ba_anderson
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