Por Brenda Macias
Marchar no es solo caminar; es tomar el espacio público, hacernos presentes y visibilizar los malestares y violencias que padecemos por el simple hecho de ser mujeres. Marchar solas, en conjunto, separadas, como sea, pero salir. Salir del espacio privado, llamar la atención, gritar, murmurar, pero siempre hacer ruido para evidenciar lo que muchas veces se quiere ocultar.
La pregunta que nos atraviesa es profunda: ¿se nace mujer o se llega a serlo? Esa mujer que estamos construyendo, aunque a veces caigamos en los mismos patrones que nos llevan al abismo, porque no es fácil habitar este cuerpo, esta identidad, esta existencia. No es fácil confiar, pero en la colectividad florecen las amistades verdaderas, la solidaridad, el respaldo, los derechos y las obligaciones. Florece esa realidad que a veces parece el lado oscuro de la luna, pero que, al iluminarse, nos muestra que no estamos solas.
Este pasado 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, marché con el contingente del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, donde trabajo y donde he encontrado una red de apoyo invaluable. Un espacio en el que es posible poner en práctica una ética feminista, o al menos acercarnos a una forma de trabajar que nos permita compartir desde las diferencias y diversidades. Marché alegre, a pesar del sol abrasador, buscando caminos con sombra para que todas pudiéramos avanzar tranquilas. Algo sucede en ese movimiento, en ese caminar constante. Algo se transforma cuando tomamos las calles y hacemos visible lo invisible.