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Por Claudia Pérez Atamoros

Visibilizarlas, de eso se trata.  De hacerlas presente para que dejen de estar ausentes, olvidadas. Para reconocerles y reconocernos en ellas. Ir tras sus huellas,  tras sus textos, tras ese quehacer periodístico que les dio libertad e identidad.

 

Indiana Nájera, la guerrerense nacida en 1906, a los 22 años decidió qué camino estaba dispuesta a seguir.

 

Contrajo matrimonio a los 14 años con un hombre de 32, militar que frecuentaba a su padre con quien ella vivía. De ese primer matrimonio procrearon a una pareja de hijos. 

 

En 1928 comenzó como colaboradora en El Universal Gráfico. Y de ahí pa’l real ya nada la detuvo.

 

Escribió la exitosa columna “Paréntesis Sentimental”,que obligó a otros diarios del país a implementar espacios similares, en donde se daban consejos útiles a las mujeres. Era su comienzo ¡y fue el acabose! Su fama fue tal que su marido le montó una escena de película y le prohibió seguir trabajando. Decidió  divorciarse. 

 

Indiana Nájera utilizó pseudónimos a lo largo de su vida profesional. De hecho,  el propio apelativo de Indiana lo era. Su verdadero nombre era María Esther Nájera Arriaga y provenía de una estirpe peculiar. Por la parte paterna se sostiene que fue sobrina del afamado escritor del siglo XIX Manuel Gutiérrez Nájera y, por la materna, se le relaciona con Jesús Arriaga el famosísimo Chucho El Roto.

 

Utilizó al menos cuatro alias: Ritz, Judith Halide, Marcel Durán y José Stalín que le ayudaron a desarrollarse en el mundo de la literatura al que tanto llegó a aportar. Como Marcel Durán ganó un concurso de los Bonos del Ahorro Nacional con la novela para televisión La Traición (1959), como Indira E. Nájera el concurso literario en Excélsior con la novela –aún inédita- Mamá Chon (1943).

 

Trabajó como periodista en la Secretaría de Guerra para cubrir algunas de las giras políticas del general Francisco J. Múgica.  

 

Por 19 años escribió para El Universal

 

Incansable, colaboró en diversos medios como Excélsior y Zócalo en este último además editó la plana cultural; en las revistas Cinema Reporter, Todo, Mañana, Hoy, La República, Revista de Revistas y también en el suplemento dominical de El Universal.  

 

Nadó entre tiburones con la elegancia de una sirena.

 

Sus reportajes se caracterizaron por su sensibilidad y agudeza. Uno, particularmente, lo convirtió en novela. Poza Negra (1960) en donde retrató el cacicazgo y las atrocidades suscitadas en Poza Rica tras el trágico acontecimiento conocido como La masacre del 6 de octubre

 

 

En su libro Tierra Seca escrito en 1945 habla sobre maternidad, esterilidad y aborto. Su portada fue un escándalo: un torso desnudo de mujer.  La edición fue prologada por Ernesto Hidalgo quien sobre ella escribió: “...no se le ve jamás arreglada, su cabello necesita un peine y claramente no sabe posar para el mundo… por lo demás constituye a mi ver una legítima ficha en el catálogo del México nuevo.”

 

En este ejemplar, Indiana Nájera desarrolla la historia teniendo como protagonista a un reportero de nombre Germán Lazo quien en un momento dado se pregunta “¿cuándo comprenderá la sociedad que el honor no radica en la virginidad de una mujer?”. Un texto verdaderamente escandaloso para la época. 

 

Más adelante, Indiana arremete “la virginidad (eso que existe en el imaginario del patriarcado) se puede reconstruir con una ´operacioncita´ que cuesta nada más y nada menos que cien pesos, mientras que los estragos de la violencia patriarcal, no pueden operarse…”.

 

Por su trabajo en Cinema Reporter y su quehacer cultural, entrevistó a una muy disímbola variedad de personajes y personalidades del mundo artístico que la llevaron a compilarlas en el libro Barbas y melenas célebres: y uno que otro rasurado. Dividido en dos partes,  incluye las entrevistas con  personajes contrastantes a más no poder: va de León Felipe al Hombre del Corbatón pasando por García Cabral, Cantinflas, Goitia, Tata Nacho, el Dr. Atl, Agustín Lara, Diego Rivera  y la melena desgreñada de nuestra musa popular (¡!) y otros más.

 

Fue una mujer aguerrida, decidida y con plena conciencia social. Feminista. Su pluma periodística y literaria la dedicó a evidenciar la situación de la mujer, a concientizar sobre “cómo la mujer debía ser dueña de su cuerpo, de sí misma y de su pensamiento” y a abogar y visibilizar a los sectores marginados de la sociedad. 

 

Encabezó la primera protesta contra la obligatoriedad de usar medias en el trabajo, realizó publicaciones periódicas y fue severamente cuestionada por sus jefes y hasta recibió, digamos, amenazas veladas: “¿Qué no te das cuenta de que esta campaña es peligrosa? Bien sabes que se trata del monopolio de la seda japonesa y que hay políticos a quienes les interesa que no se extinga…”, sea como fuere, las mujeres, muchas, dejaron de usar medias y por ello fueron difamadas y amedrentadas…

 

En la Sociedad  Mexicana de Geografía y Estadística, durante el segundo Congreso Mexicano de Ciencias Sociales, realizó su ponencia “Legalización del Concubinato”

 

Un texto de avanzada en donde consignaba que “el amasiato existe y va a seguir existiendo por lo que regularlo es lo mejor…Cuando hay hijos producto de esas relaciones, los padres se desentienden y la solvencia del hogar recae exclusivamente sobre las madres solteras y los más afectados son los infantes que crecerán en condiciones difíciles  que pueden orillarlos al pandillerismo, la drogadicción y el crimen.” Años más tarde, su propuesta  se incluyó en la ley.

 

Como conductora de televisión condujo el segmento “Noticias y comentarios” dentro del programa Diario al aire en la década de los 50. 

 

Fue de las fundadoras de la Sociedad de inventores de México y registró el invento portabebé según lo registra Alfredo Ibarra en su libro El invento en México publicado en 1973.

 

Su producción literaria es ampliamente reconocida. Pasajeros de segunda contiene sus cuentos más crudos. Los Gitanos fue incluido en una antología de cuentistas mexicanos (1962) por la casa alemana Horst Erdmann Verlag; su obra teatral El Coloso fue aplaudida; ella está incluida en la obra Cuentistas de la Revolución Mexicana de Xorge del Campo; y la SEP le reconoció sus aportaciones a la colección El niño y la Historieta.

 

Fue compositora y según lo narra ella misma en su segunda autobiografía titulada Páginas íntimas (1970) el amor le hizo no pelear sus derechos y dejar que su pareja de entonces registrara las canciones a su nombre.  Su primera autobiografía la publicó a la edad de 37 años bajo el nombre de Carne Viva

 

Su vida transcurrió entre la Revolución, sus  matrimonios fallidos comenzando con el de cuando era puberta y  el de sus padres que no pudieron superar la muerte de su hija menor,  hijos ausentes por entrega absoluta a la escritura y una situación económica precaria pese a su ardua labor y vasta producción.

En 1975, el 4 de agosto,  a Indiana Nájera, la sirena que nadó entre tiburones,  la atropelló un “delfín”, sí, la mató uno de aquellos choferes de esos camiones de los 70´s, —antecedentes directos de los peseros y de la ruta 100– luego de que el conductor arrancara, sin que ella hubiera subido completamente a la unidad. Cayó y las ruedas de aquel armatoste le pasaron por encima. El responsable jamás fue detenido. Y la frágil memoria de la historia de las mujeres en México,  la mandó al olvido.  

 

Hoy, a través de @opinion51 se hace presente,  es una más que se suma, que se nombra. Porque primero fueron ellas, unas con nombres y rostros que se rescatan y otras, cuyas obras y trabajos cotidianos se pierden en el tiempo, pero todas, cimientos firmes de nuestro presente.

 

 *Claudia Pérez Atamoros, reportera, libretista y copywriter. 

Hoy, investiga, escribe y cuenta.

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