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Por Claudia Pérez Atamoros

El final. ¿Con punto…?

Los orígenes de Rosa Castro Hernández siguen estando al filo de la verdad y …la mentira. Porque con Rosa Castro, nada es verdad, nada es mentira, todo depende de la versión que se diga. No así su trayectoria como actriz y periodista en México

 

En la Rosa Castro mujer, siempre va a pervivir la disyuntiva de su real origen pese a los documentos oficiales encontrados para esta serie, razón por la cual me decanté por mostrar a la Rosa Castro, venezolana, que realizó su carrera de actriz y de periodista en México. 

 

Rosa Castro, la hija del exdictador venezolano, toma identidad hasta 1975 en que obtiene su cédula. ¿Cuándo y cómo cambia su nombre de Cándida Rosa Hernández a solo ser Rosa Castro? Según documento encontrado por Juan Bello, en 1915 cuando sale junto con su madre y hermana a Cuba. ¿Cómo despejar duda razonable sobre si es o no hija ilegítima de Castro? Solo a través, quizá, de una prueba de ADN… Lorenia Castro me comentó que ante la duda de sus orígenes se había practicado una, pero a la publicación de esta cuarta y última parte, los resultados no llegaron…

 

Varios medios en Venezuela han propagado la versión de que Rosa Castro y Lucila Méndez, son una misma. Confusión surgida o acrecentada a raíz de que el 6 de abril de 1946 el periódico Últimas Noticias publicó un artículo a 8 columnas, firmado por un  reportero debutante OSCAR YANES (sic), en el que se le atribuye a Rosa haber actuado en Hollywood y ser una estrella del cine en México.

 

Poner punto final a esta confusión sostenida de que ella es el pseudónimo de la actriz venezolana, nacionalizada norteamericana, Lucille Ince o Lucila Méndez, resultó de lo más fácil comparado con el embrollo absoluto que es y fue su vida hasta el final. Utilicé programas de reconocimiento facial para corroborar que lo que pensaba era cierto: Rosa Castro no es Lucila Méndez.

 

En honor a la verdad, Rosa Castro nunca obtuvo el título de estrella en México. Sus papeles no llegaron  a ser protagónicos aunque  participó en cintas muy importantes para la cinematografía mexicana como extra en Santa (estrenada en 1932), protagonizada por Lupita Tovar; y, la última,  Vértigo (filmada en 1945), en la que como actriz de soporte, actuó el personaje de Augusta,  con María Félix y Lilia Michel. 

 

Emilio García Riera, investigador, en la Historia Documental del Cine Mexicano sólo  la refiere en sus tres primeros tomos —de nueve, de 1932 a 1948– para un total de 10 películas y no menciona  ninguna actuación en Estados Unidos, Venezuela o en otro país; tampoco alude  a la otra actriz,  Lucila Méndez,  pese a que en esta enciclopedia  dedica espacios a quienes  actúan en México,  en los Estados Unidos de América o en alguna otra parte del mundo, siendo hispanoamericanos.

 

“Muchas incógnitas para una pluma y muchos errores para una descripción…”

Marilú Acosta

 

En la nota de Óscar Yanes, quien a la postre se convertiría en un importante periodista y político en Venezuela —adicto a decir “chúpate esta mandarina”— menciona que Rosa Castro filmó para la Paramount y que allá conoció a “un importante productor de cine mexicano” que la importó a nuestras tierras, hechos que no corresponden a la realidad.  

 

Ella a quién conoció en la Unión Americana fue a Alberto Manrique Páramo quien, exiliado de Colombia, vivía con su esposa (y lo haría así hasta su muerte) en México pero que realizaba constantes viajes a Estados Unidos de América para visitar a su madre, Soledad Páramo.

 

Artemisa Castro compartió una fotografía del ejemplar de periódico mencionado en donde en el extremo izquierdo, de puño y letra de la propia Rosa, aparece escrito: “ …disparates aquí… ”;  siendo esto, quizás, la única vez que Rosa Castro dejó plasmado su malestar por las imprecisiones que de ella se decían.

 

Alberto Manrique Páramo, como ya se mencionó,  era periodista y publicista y había logrado hacer en México importantes contactos y amistades en el cine y el periodismo. Él le llevaba casi 20 años de diferencia. Procrearon a Alberto que nació en mayo de 1927 en el estado de Nueva York y murió,  a la edad de 45 años víctima de leucemia, en 1972, en el otrora Distrito Federal. 

 

Ese fue un duro golpe para ella y otra estocada a su frágil salud física y mental. Su primogénito muere al mes siguiente en que  Excélsior publica, en la Sección B, la que hasta ahora es la única entrevista concedida como tal, por Rosa Castro y que, como dato curioso, solamente  gira en torno  de su trayectoria periodística y que fue concedida en el marco de la Primera Exposición de Periodismo Femenino en México.

 

En 1930 nació su segundo hijo Edmundo quien vería por ella hasta el final. A pregunta expresa, una vez que obtuve el acta de nacimiento original y encontré la partida de bautismo de Edmundo, ellas negaron que fueran reales o que correspondiesen, ambos documentos  a su progenitor y a su abuela. Aseguraron que Rosa no era religiosa y era imposible que hubiera bautizado a un hijo. Estos papeles trascendieron la historia y hoy nos cuentan una en paralelo dado que según Lorenia, ellas cuentan con un acta de nacimiento de su padre en donde aparece como Edmundo Castro Hernández. 

Eso de que papelito habla parece no funcionar en esta historia.

 

Para este trabajo periodístico localicé en el Registro Civil de Arcos de Belén, un acta de nacimiento de Edmundo en la que aparece registrado con los apellidos Manrique y Castro, nacido el 9 de enero de 1930, los generales de los progenitores, incluyendo sus profesiones además del acta original, en letra de molde obtenida en la página de Ancestry tras un acucioso rastreo en el que consta el linaje de ambos;  así como de su acta de bautismo, en una iglesia de la colonia Roma en donde Rosa Castro de Manrique declara que Edmundo es hijo natural. Es decir que en ese documento eclesiástico utiliza el De Manrique pero se dice madre soltera  y firma como testigo Luis Manrique quien un par de años después y durante décadas será uno de los más importantes productores cinematográficos de nuestro país y a quien confieso, no rastreé pero supongo que el apellido es más que una mera coincidencia.

 

Por cierto, en el documento civil, Rosa Castro dice ser hija de Vicente Castro y Domitila Hernández… mientras que en el acta de matrimonio de su primer hijo, sus padres son Alberto Castro (finado) y  Rosa Hernández… ¿Será melón, será sandía?

 

Los datos anteriores se los compartí al genealogista  Juan Bello con los  cuales pudimos obtener otros y él, acompañarme en este viaje en la búsqueda de los orígenes de Rosa Castro Hernández, no Martínez como tantos medios se empeñan en llamarla.

 

Incluso, la Rosa Castro que consignan los libros sobre cine en su tierra hacen referencia a la  película hecha en Venezuela (1924) La Trepadora, original de Rómulo Gallegos. De ser la misma Rosa estaría por cumplir apenas la mayoría de edad. Desgraciadamente no se puede comprobar que se trate de ella pues de esa película solo se hicieron dos copias que hoy han desaparecido. 

Rosa Castro con su belleza, ciertamente,  iluminó los set de la cinematografía nacional como actriz de soporte. Un soporte que ella misma nunca obtuvo para su propia vida.  

 

“La gente siempre deja huellas. Ninguna persona está exenta de una sombra."

Henning Mankell

 

Sin embargo, hoy,  gracias a esos años y a esas confusiones tejidas a su alrededor, es que ella, la actriz, la periodista y la mujer, florecen con la intensidad del siglo XXI -a treinta años de su muerte-, cuando ya casi llegamos todas a un puerto más amplio, libre e igualitario.

 

Al puerto del reconocimiento auténtico, no del mito. En el caso de Rosa, justicia y verdad al menos en su quehacer periodístico. 

 

Hoy sabemos quién es Rosa Castro, la reportera a la que Elenita Poniatowska, sobreviviente de aquellos años dorados con esas maestras del periodismo, menciona y con quien comparte premios reconociendo su valor.

 

Como se publicó en la primera parte de esta serie, Rosa Castro murió en Cuernavaca, Morelos el uno de noviembre de 1994 según el acta de defunción que logré obtener gracias a la ayuda de @Ele caricaturista.

 

Artemisa y Lorenia, las nietas, recuerdan bien que falleció en un asilo aunque no el nombre del mismo. Ahí, asistida y resguardada, me confirmaron, pasó quizá los últimos diez o doce años de su vida.

 

Imperativo fue que residiese en ese sitio dado que como había dicho el psiquiatra —Rosa no podía contenerse. Su mente ya le jugaba muy malas pasadas y su estado de ánimo era volátil. 

Entrar a su departamento en la colonia Juárez, recuerdan, era adentrarse en un mundo de caos, decorado con cuadros, libros y papelitos pegados por doquier con recordatorios o datos sin sentido. No había trabajadora del hogar ni enfermera que ella no corriera; mal comía y, para colmo, un pariente cercano comenzó a “desaparecer de su casa objetos de valor”, según me confesaron las nietas.

 

“Se empastillaba en demasía”, recuerdan. Rosa Castro, efectivamente, sola, no podía ya vivir. La montaña rusa que había sido su vida hasta entonces,   comenzó a descarrilar uno a uno los vagones.

 

Esta investigación buscó esclarecer la verdad y dejar constancia de Rosa Castro, la periodista que tecleó y tecleó sobre cuartillas que se convirtieron en líneas ágatas y notas de interés. Sobre lo que aportó a la historia del periodismo femenino y que permanecía olvidado.

 

“No existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague. Y qué tristeza pero qué alivio”

Juan Rulfo

 

Recordarla sin  confusiones, sin restarle valía a ella ni a esa “primera actriz venezolana en Hollywood”, Lucila Méndez de quien por cierto, Miguel Méndez Rodulfo, periodista e investigador venezolano, es sobrino nieto y quien además escuchó mis argumentos, los cuestionó y fungió como acicate para no dar por hecho nada, aceptando finalmente que no eran la misma. Pese a ello,  quedan abiertas puertas y pistas que otres habrán de seguir…

 

Rosa Castro fue madre, actriz, y periodista, en ese orden, pero sin lugar a dudas, la tinta, las cuartillas y el ploc ploc de su máquina de escribir  le dieron razón para disfrutar del periodismo a cabalidad hasta que los demonios físicos y mentales le ganaron la batalla…

 

Su máquina dejó de teclear,  pero su voz retumba con fuerza en sus propios textos, en los que de ella se escriben; en las menciones que se hagan y, sobre todo,  en  la memoria del periodismo femenino que no puede dejar de contarse, pese a las muchas incógnitas que rodean a estas mujeres de avanzada…

 

Colofón.

Agradezco a mi amiga Guadalupe Calatayud haber fungido como enlace con Lorenia Castro. 

A Juan Bello quien a lo largo de casi 6 meses colaboró conmigo para entender documentos y orígenes y quien de entrada apoyó mi tesis de que Rosa no era Lucila y sí una periodista.  Y quien de manera desinteresada encontró pistas invaluables y aguanto “vara”  en todo momento. 

A Miguel Méndez Rodulfo quien platicó conmigo sobre Lucila y escuchó mis argumentos, dándome la razón pero sin dejar de hincar el diente como pulcro periodista que es. 

Y muy especialmente a Artemisa Castro quien me proporcionó datos valiosos.

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@perezata

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