Por Claudia Pérez Atamoros
Fue una noche de mayo de 1940 cuando al frente de un puñado de bárbaros mal entrenados, David Alfaro Siquieiros irrumpió en la casa de León Trotsky con la clara misión y convicción de acabar con la vida del exiliado ruso, acérrimo enemigo de su cuate cuate Stalin.
Esa madrugada, León Trotsky (quien fuera jefe del Ejército Rojo) y su segunda mujer Natalia Sedova así como su nieto, Esteban Volkov, salvan la vida por puritita suerte, la Operación Pato, había fracazado. La esposa Natalia, al escuchar los disparos empujó y tiró de la cama a León (atrás de la cabecera) y lo protegió con su cuerpo mientras que el pequeño “Sieva” se ocultó debajo de su cama resultando con una lesión menor en su pie.
No tuvo tanta suerte Robert Sheldon, guardia personal de Trotsky quien días más tarde será encontrado cubierto de cal, muerto, y con rastros de tortura.
Tres años antes, en 1937, el ideólogo ruso había arribado al puerto de Veracruz en calidad de perseguido político y gracias a la intervención que realizó Diego Rivera con el presidente Lázaro Cárdenas para que pudiera exiliarse en nuestro país.
Negociaciones que un par de años más tarde seguramente lamentó Diego Rivera al ser enterado del amorío que Frida Kahlo -dicen “algunas malas lenguas”- sostenía con Trotsky en un arrebato de venganza por el flirteo amoroso que Diego había tenido con su hermana y que, finalmente, llevó al muralista mexicano a auspiciar a Siqueiros —eso también se rumora, yo no estuve ahí para constatar- en su intentona de convertirse en asesino.
Lo demás es historia.
Una historia que León Trotsky supo, desde que desembarcó en el puerto veracruzano, se terminaría de escribir en nuestro territorio: su asesinato. Comentó que sería traicionado por alguien en su círculo cercano, por los ahí presentes, o por los que llegarían.
El año pasado falleció Esteban Volkov, a los 97 años, nieto de León Trotsky. Único sobreviviente de aquel cruento exterminio de familiares. Mataron a todos. Él sobrevivió, se casó con Palmira Fernández, procrearon 4 hijas mexicanas: Verónica (1955), doctora en Letras por la UNAM, filósofa y ensayista; Nora (1956), médica egresada de la UNAM, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA, National Institute on Drug Abuse) en los Estados Unidos de Norteamérica y las gemelas Natalia y Patricia (1957).
Dedicó su vida entre su familia, la química y la tarea de mantener vivo el recuerdo de aquel abuelo que lo recibió en México, a los 13 años, tras el suicidio de su madre, mujer agobiada y perseguida a quien prohibieron regresar a la Rusia de entonces.
Esteban fue protegido por la esposa de su abuelo tras el asesinato de este y realizó sus estudios profesionales en nuestro país. Ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México y egresó como Ingeniero Químico. Se integró al equipo de investigación de la Facultad de Química y poco después brincó a la industria farmacéutica. Comenzó a colaborar con el staff del Dr. Ernesto Miramontes Cárdenas que a la postre descubrió una ruta química que permitió sintetizar la sustancia activa de la píldora anticonceptiva en 1951.
De tal forma que Esteban Volkov participó en el desarrollo tecnológico que diseñó el primer método anticonceptivo en el mundo. ¡Vaya hazaña y mexicana! La noretisterona ha sido considerada como una de las invenciones más significativas en los últimos dos mil años por algunos Premios Nobel. Otros, la catalogan como una de las 17 moléculas más importantes en la historia de la humanidad; la Academia Mexicana de Ciencias concluyó que la síntesis de la noretisterona por Miramontes Cárdenas es la mayor contribución científica de México. Y en ese equipo estuvo Volkov.
La historia de la píldora anticonceptiva y su desarrollo en laboratorios mexicanos se cuece aparte y también hay que contarla. Recordarla. Tenerla presente porque revolucionó la sexualidad y permitió a la mujer ejercerla libremente. Pero esa, esa es otra interesantísima historia. Queda pendiente, pues.
Volviendo a Esteban Volkov, a él siempre lo conmovió la paternidad y consideración que le tuvo Trotsky hasta el último suspiro. “Siempre me ha emocionado que al final de su vida todavía dijera, como para protegerme: ‘mantengan alejado al chamaco, no debe ver’”. “Sieva” fue un hombre, a pesar de todo, afortunado. Se convirtió en el primer miembro de la familia en llegar a viejo y morir de 97 años.
Sus hijas, mexicanas, tres de ellas que le sobreviven, son ejemplo de tenacidad y entrega siendo Nora la que quizá más renombre ha obtenido por esa incansable lucha emprendida en contra de las drogas y su incuestionable trabajo por dar a conocer los dañinos efectos que esas sustancias producen en el cerebro. Por cierto, estuvo recientemente en México, en la ciudad de Puebla y dio una conferencia magistral sobre las drogas y la adicción, incluyendo la marihuana. “Los cannabinoides producen psicosis con alta frecuencia”, una aseveración que sostiene ante propios y extraños por lo que se declara enemiga, acérrima, de su uso en las sociedades.
Mujer y a la mexicana declaró: “Por mi trabajo como directora del NIDA tengo mucha visibilidad, lo cual otros investigadores no tienen. Hay algo benéfico en esta visibilidad y es que al ser mujer rompo los esquemas, puesto que el liderazgo del sistema médico lo han tenido básicamente los hombres. La idea es que las mujeres, trabajando o estudiando en campos médicos, tengan un ejemplo para que no piensen que hay cosas que no pueden conseguir porque tienes que ser hombre para hacerlo. Entonces, como hispanoamericana y como mujer es importante servir de ejemplo para las muchachas que comienzan, tomando posiciones de liderazgo en terrenos que tradicionalmente han sido dominados por los hombres, y demostrar que realmente sí se puede.”
—¿Y si las legalizamos? Ella se sulfura.
Nuestro México seguirá ensangrentado. Hemos de seguir pagando el altísimo costo por las adicciones al otro lado de la frontera y más allá. Una historia, esta de las drogas, sin fin.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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