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Por Claudia Pérez Atamoros

El pasado 12 de noviembre, Soledad Durazo inició su agradecimiento por el Premio Nacional de Periodismo a Trayectoria evocando como en su infancia, y montada en su bicicleta, recorría las calles polvorientas de su Granados querido repartiendo el periódico que allá de vez en vez solía llegarles…

Mi cerebro hizo clic por asociación de ideas. Ella claramente se refería al trabajo de repartidor y yo recordé a  los voceadores, ese oficio que se desdibujó en México. Esos gritones que esquina por esquina, alto tras alto, saltaban a las calles a ofrecer La Extra,  Ovaciones, el Diario de la Tarde y hasta La Prensa y Alarma (con todo y sus titulares maravillosos aunque, amarillistas e ingeniosos, brutales) que resultaban indispensables para que todos los periódicos tuvieran ventas o no; despertaban el morbo o la inquietud…

Por años y “felices días” la figura del voceador formó parte de la cotidianeidad citadina y también hubo épocas en que se “dejaron caer con todo” al vetar la venta de Exçelsior y sus ediciones vespertinas y años más tarde, al periódico Reforma. En ambos episodios los trabajadores de esos emblemáticos diarios nacionales salieron por su propio pie y con pleno derecho a vocear sin importar si eran renombrados periodistas o ejecutivos. Se fajaron los pantalones y se convirtieron en pregoneros. Despertaron la empatía y la solidaridad de sus lectores y dieron ejemplo de cómo se defendía la chamba. Y, en ambas ocasiones, al paso de los días… los líderes de los voceadores volvieron a dejar que se vocearan aquellos diarios.

Los voceadores comenzaron a vender diarios en las calles desde antes de organizarse. Fue el 15 de enero de 1923, que se integró La Unión de Voceadores como resultado de una reunión de miembros del Sindicato de Redactores y Empleados de la Prensa. Aquel sindicato, cuando fue dirigido por Enrique Gómez Corchado construyó un hotel en Acapulco, una clínica en la CDMX, un centro deportivo y ese mismo dirigente logró que las primeras casas construidas allá en San Juan de Aragón fueran para sus agremiados.  ¿Qué pasó con todo eso? Dónde quedó la bolita, ¡a saber!

La calle de Bucareli fue siempre su sitio. La famosa Esquina de la Información, y sus cercanías, fue centro neurálgico y punto estratégico del México de los voceadores y repartidores. 

La letra impresa, la palabra precisa, no se hubiera deslizado en nuestra cotidianeidad de no haber existido ellos y su trabajo diario. Hicieron que el periódico se convirtiera en el pan nuestro de cada día. 

Hoy su lugar ha sido ocupado por las redes. El Inegi registra que la lectura de periódicos disminuyó de 49.4% en 2015 a 17.8% en 2024. Y que, hasta abril de este año, ningún periódico había logrado superar el millón de ejemplares vendidos.

Los voceadores de México fueron llamados de distintas maneras al correr de los años. En un inicio eran pregoneros que contaban las noticias, luego fueron los papeleros que las gritaban  mientras repartían  tan solo una hoja de papel. Al fundarse la Gazeta de México entonces se les denominó Gazeteros…

En 1823 se prohibieron “los voceadores”, niños y adolescentes que se dedicaban al oficio por considerarlos “agitadores”. Para 1853 les permitieron vocear el nombre del periódico que ofrecían y más nada, pues las autoridades consideraban que al dejar de comunicar el contenido la gente no se agitaba. En 1895, de plano fueron encarcelados quienes a ello se dedicaban pues resultaban escandalosos y dañinos al buen vivir. 

Por años defendieron su oficio con valentía e ingenio. Ahora, están prácticamente extintos y han sido reemplazados por los odiadores profesionales primero en Twitter y ahora en X. No se gritan más las ocho columnas sino se vociferan y textean barbaridades. Ya no hay ilusión en correr al puesto de periódicos los domingos a buscar “los monitos”, o presumirles a los cuates que uno los leía desde un día antes por ser suscriptor, no, ¡NO!

En el “jardín de niños” quedaron el Ovaciones, Alarma y La Prensa con sus artículos de nota roja y sus voceadores chispeantes aunque tampoco “moneditas de oro” porque cuando recibían consigna de sus líderes, retrasaban el voceo de un periódico o simplemente no lo gritaban ni vendían. 

Lo que ahora vende es el descrédito, la mentira. Los “tuits o X´s”, llenos de odio, de ofensas, de “fakes”. Y cuando reciben los tuiteros o xesteros una orden, hacen nado sincronizado y las redes se llenan de “bots”.

Los voceadores están extintos, quedan algunos vende periódicos. ¿Cuánto le restará de vida a los medios impresos? 

Los lectores del diarismo mexicano también están en franca decadencia. 

¿Y las, los y les periodistas cuánto más han de existir? ¿Será que seremos reemplazados por los texteros o la IA?

¿Seguiremos “actuando como si la virgen nos estuviera hablando”?

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@perezata

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