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Por Claudia Pérez Atamoros

Hubo una buena época en nuestro país en que el nombre de María Enriqueta Camarillo sonaba con fuerza en los salones literarios de México y de Europa. Fue admirada, premiada, traducida. Fue la primera mexicana y hasta el día de hoy ÚNICA mexicana nominada al Premio Nobel de Literatura en 1951, la primera novelista traducida al francés, condecorada por el rey de España con la Encomienda de Alfonso X el Sabio; recibió La Cruz de Alfonso XII y Las Palmas Académicas en Francia. Y, sin embargo, hoy, hoy es una figura que se desdibuja; es un eco lejano, apenas recordada en alguna antología…

¿Qué pasó con María Enriqueta? ¿Por qué su nombre fue arrinconado por la crítica y la historia? Tal vez porque su obra no era rabiosa ni escandalosa. Tal vez porque su feminismo era sutil, y su rebeldía venía envuelta en poemas de ternura y novelas dedicadas a la infancia. Tal vez, simplemente, porque fue mujer de su tiempo y escribió con la sensibilidad propia de su entorno. Y eso, en la mirada de los que escriben la historia literaria, ha sido históricamente una doble condena.

Una trayectoria brillante... y olvidada

Nacida en ese paraíso veracruzano, mundialmente reconocido por su café, Coatepec, Veracruz en 1872, María Enriqueta Camarillo fue narradora, poeta, periodista, educadora y promotora cultural. Su obra abarcó desde la literatura infantil hasta la poesía, pasando por novelas, cuentos y artículos en revistas culturales y periódicos de renombre.

A la edad de 22 años, el 22 de julio de 1894, publicó su primer poema “Hastío” en la sección literaria del periódico El Universal. Lo hizo con el nombre de Iván Moszkowski, refiere Esther Hernández en su libro Rincones románticos. Ya sin pseudónimo sino solo como María Enriqueta publicó su primer libro en 1902 intitulado Las consecuencias de un sueño y en 1908 el poemario Rumores de mi huerto.

Su novela El Secreto, publicada en 1922, fue un fenómeno editorial en México y Europa. Más tarde, su serie de libros escolares Rosas de la infancia formó parte del aprendizaje de generaciones enteras. Fue también editora de la revista La Mujer Mexicana, donde promovió la escritura de mujeres y una educación con perspectiva de género... antes de que esas palabras siquiera existieran. Luis Lara Pardo Corresponsal Especial de EXCÉLSIOR en París, envió el siguiente texto: “Brillante triunfo de la Poetisa MARÍA ENRIQUETA. PARÍS. Enero 2- Acaba de salir de las prensas la traducción francesa de la novela “El secreto” de María Enriqueta. Esta publicación marca una fecha importante, porque es la primera vez que una novela mejicana ha sido traducida al francés y publicada no solamente a expensas de la casa editora, sino pagándole esta casa a la autora, los mismos derechos que a los escritores franceses. Me constan los detalles de la operación, por haber intervenido en el contrato.

En su exilio en Madrid durante el gobierno de Venustiano Carranza, continuó su trabajo como educadora, dirigiendo un internado. Fue también articulista en El Imparcial, El Mundo Ilustrado, El Universal y otras publicaciones tanto en México como en Europa.

La poeta Gabriela Mistral la admiró a rabiar. “Alegría profunda y pura de poder admirar totalmente a una mujer!... Hace muchos años encontré perdida en una revista femenina la poesía Así dijo el agua de María Enriqueta, no conocía ni de referencias a la poetisa, ninguna crítica me había señalado este nombre.  La infinita pureza que es el fondo de estas breves estrofas fue como si me lavase el alma enferma aquella composición tan perfecta en cuanto a la forma y tan cabalmente bella… desde entonces en cada conversación con escritores yo pregunté por este nombre hasta que supe que era el de una mujer mexicana muy divulgado en España casi desconocido en Chile…” 

Y, sin embargo, al regresar a México tras el exilio, encontró un país cambiado. El México posrevolucionario no tenía espacio para una escritora que no encarnara la rabia, sino la dulzura. Fue tachada de conservadora, de "anticuada", de no responder a los "nuevos tiempos". Como si la belleza y la delicadeza fueran delitos.

Su poesía fue intensa sin estridencia. Su narrativa hablaba de emociones humanas, de infancia, de mujeres, de afectos. Pero eso no bastó para ser incluida en el canon.

Tal vez por eso, cuando en 1951 fue nominada al Premio Nobel de Literatura, el gesto pasó casi desapercibido. Apenas unas cuantas voces la reconocieron. No fue celebrada como lo habría sido un escritor. No se le rindieron homenajes, ni hubo reediciones, ni discursos. María Enriqueta se apagaba en la memoria nacional, lentamente, como si nunca hubiera sido la figura que fue.

Y, sin embargo, su vida fue una conquista silenciosa. Fue mujer culta, viajera, políglota. Ciertamente privilegiada y coherente con su ser y actuar. Fue escritora cuando las mujeres apenas accedían a la lectura. Fue maestra, editora e intelectual. Es decir, fue mucho más de lo que el México de su tiempo —y tal vez el de ahora— estuvo dispuesto a reconocer sobre todo por su postura femenina a tope: la de las buenas costumbres de entonces, la de la mujer tierna y muy femenina…

Hoy que tanto hablamos de inclusión, de justicia histórica, de recuperación de voces femeninas, urge volver a leer a María Enriqueta Camarillo. No desde la condescendencia, sino desde la comprensión profunda de su contexto. No desde el juicio fácil de los tiempos modernos, con el dedito inquisidor, sino desde la gratitud de saber que, si hoy escribimos libremente, es también mujeres como ella empuñaron la pluma antes que nosotras, porque hay que reconocerle que escribió a su modo y en su tiempo.

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