Por Consuelo Sáizar de la Fuente
¿Qué motiva que uno visite un lugar al otro lado del mundo?
¿El incipiente aprendizaje de la geografía mundial que uno adquiere en la primaria
mientras memoriza las capitales de los países que -desde entonces- se anhela visitar?
¿Los textos que acompañan la adolescencia? ¿Los horrores que se observan en la
televisión; las conversaciones que provocan las novelas leídas; los encuentros con
escritores que uno admira, las imágenes de las películas vistas; la indignación por la destrucción de una biblioteca?
Tengo 62 años y no conozco Sarajevo, pensé, mientras abordaba en Mostar un viejo autobús de pasajeros, recordando a Monsiváis y la célebre última línea de su
autobiografía precoz, “tengo 28 años y no conozco Europa”.