Por Cutzi Salgado
El domingo por la mañana mientras lavaba la loza un helicóptero sobrevolaba mi colonia. Un barrio obrero por lo general tranquilo de la capital sinaloense. Solté una gran carcajada (ya no quiero llorar) al no poder dejar de pensar que me sentía como en la película de ficción escrita por Geore Orwell 1984.
La policía del pensamiento se instaló en nosotros hace tanto que… A nadie le extraña ya lo que estamos viviendo. Lo inimaginable en lo grotesco, es que se repitió. Después del primer culiacanazo aprendimos a hacer vida desde casa. A no querer salir por seguridad propia. Nos impusimos un toque de queda, y se quedó ya desde hace dos meses. Días en los que no salgo de casa cuando el sol ya se fue. Salir solo al trabajo y lo indispensable, pero siempre con la inquietud y al pendiente-pariente de alrededor. Ir a eventos masivos ni de broma. El comercio que sobrevive está inmerso en una espiral decadente. Las tardeadas se han puesto de moda.
Hay días que de broma y en memes decimos los culichis “ya que se agarren como en la edad media, pero por allá lejos en el monte; unos de un lado otros del otro y dense con todo. Y pa´cuando terminen, nos dicen quién ganó la plaza y ya pues. Pero a nosotros déjenos tranquilos”
(… inicié este escrito un lunes por la mañana, me sentía motivada y con energía, tanto o más como se puede estar un lunes por la mañana, y para cuando termine el párrafo anterior ya las lágrimas y el malestar en el pecho se apoderaron de mí. El buen ánimo se esfumó. Y para poder seguir tuve que hacer pequeñas pausas, me duele mucho lo que pasa en Culiacán. Amo mi rancho y me sobrecoge esta ¿situación? ¿escenario? ¿Cómo carajo se nombra esto?)
¿De qué otra cosa podríamos hablar?
Por allá del 2009 decía la artista visual Teresa Margolles ¿De qué otra cosa podríamos hablar? al presidente de México mientras inauguraba su exposición homónima en la Bienal de Venecia de ese año. La artista insiste en la importancia del arte como catalizador y multiplicador de las interrogantes del individuo frente a su entorno. Para mí el poder transfigurar esos símbolos, significados y objetos del narco en arte que no represente a estos poderes en disputa sino a nosotros, a quienes padecemos bajo las reglas de otros.
El problema de Sinaloa viene de tiempos añejos, tanto, que veo imposible erradicarlo de raíz. Una raíz tan profunda y compleja que casi estoy segura, de que no existe una familia en Sinaloa que -sepan o no- tenga relación de algún tipo con el crimen organizado. Durante el 2008 al 2011 se vivieron momentos de horror continuo en el estado, y en México en general. Yo trabajaba como fotoperiodista en ese entonces y las cosas que tuve que retratar y ver hicieron que poco a poco me alejara del periodismo. No quise ir de tragedia en tragedia, ni vivir del horror. Por ello me enfoque en aquellos grupos sociales que intentan hacer contrapeso a la narcocultura. Pero esta raíz es tan profunda que lo trasmina todo.
No logro nombrar lo que siento. Tengo todo revuelto, pesadillas en las noches. Ataques de ansiedad y los nervios deshechos. … Cualquiera en la calle puede ser mi enemigo. El ruido de las motos me pone al mil los sentidos. Ver los convoys de (inserte aquí la corporación de su preferencia, pero en culichi se dice que hay mucho gobierno en la calle) hacen saltar todas mis alarmas y solo pienso en alejarme lo más rápido posible, no vaiga ser que se suelte un enfrentamiento.
La ausencia se erige entonces, no como un vacío absoluto, sino como una forma latente de presencia y en ese sentido se vive con normalidad. Normal que tengas que salir, normal que te mate una bala perdida, normal que te roben el carro o que te asalten, normal que te desaparezcan.
Las balaceras en Culiacán están inscritas/incrustadas en la memoria de diversas generaciones. Su presencia en el imaginario local ha dado origen a canciones, películas, comidas, series, toda una cultura. Dos Culiacanazos y actualmente una Narcopandemia que a diferencia de la Covid en esta tengo más probabilidades de morir.
“Volver a la normalidad” es el deseo que tenemos la mayoría de personas en Culiacán (creo que el sentimiento es para todo Sinaloa, pero al ser culichi y vivir acá, es mi realidad más próxima. Pero la normalidad que yo recuerdo desde siempre o al menos para mí y toda una generación) no hemos conocido otra realidad más que esto. Narcocultura Narcoguerra. Carteles.
Cabezas van cabezas vienen, pero esta hidra es imparable ni existe Heracles autonombrado alguno que la pueda cortar, ni tiempo suficiente para cauterizar tantas heridas. Culiacán resiste y persiste porque tampoco conocemos otra forma.
*Artista visual
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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