Por Daniella Blejer
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El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo
Cuando un ave entra en el interior de un edificio se desorienta. El entorno le es extraño, los techos impiden que utilicen sus patrones instintivos de vuelo. Las superficies reflejantes como el vidrio o el espejo, y las luces brillantes de los focos afectan su sentido de dirección y dificultan su capacidad para encontrar la salida.
A diferencia de las aves, señala Kenneth Burke, el ser humano es un hacedor de símbolos que por medio del lenguaje puede elaborar mapas de significación para concebir el mundo y navegar en él. La red imaginaria con la que hemos conformado un sistema de referencias como los puntos cardinales, los círculos paralelos al ecuador, los meridianos y los polos, nos permite localizar cualquier lugar. También hemos elaborado aparatos simbólicos para interpretar la historia o el sentido de la existencia. El problema del hacedor de símbolos es que puede hacer un mal uso de ellos con el fin de lograr sus objetivos.
En la era de la posverdad, en la que se miente sin discriminación y se ocultan los hechos, en donde priman las emociones y las creencias personales, hemos perdido la capacidad de orientación. Manipulados por políticos cuyos discursos y debates (sin importar su afiliación ideológica) no se basan en argumentos, sino en emociones; controlados por medios y redes sociales que utilizan la conspiración, la difamación y las noticias falsas para reorganizar los hechos con fines ideológicos, nos parecemos a las aves atrapadas en el interior de un edificio.
Una población desorientada, polarizada y sin capacidad de diálogo es una masa vulnerable y susceptible, ideal para la dominación totalitaria. La pregunta es cómo discernir entre un símbolo y otro, cómo devolver a las palabras su gravedad y recuperar el pensamiento crítico. En lo que surge o liberen una inteligencia artificial que corrija nuestras trampas y sesgos, podemos, al igual que los humanistas del siglo XV, recurrir al conocimiento clásico para salir del oscurantismo. Aristóteles, en sus Refutaciones sofísticas, identificó y clasificó los razonamientos que parecen válidos, pero que en realidad son falsos y se utilizan para engañar. En la era moderna se llaman falacias, una de las más comunes es la generalización apresurada, que consiste en extraer conclusiones de una muestra demasiado pequeña. Un ejemplo entre otros podría ser comer en una taquería donde hay una mesa de angloparlantes ruidosos y concluir que los gringos son maleducados.
La otra falacia es la del falso dilema, en la que se presentan dos puntos de vista como las únicas opciones posibles. Esta última es muy común en política y puede formularse como sentencia: “Estás con nosotros o estás contra nosotros”.
En las últimas décadas en muchos países se han cancelado las materias de Filosofía, Lógica y Ética, un reflejo del tipo de sujeto que los Estados quieren modelar. Aunque el pensamiento crítico se adquiere durante la formación escolar, en la edad adulta hay algunas actitudes que pueden ayudar a desarrollarlo, como evaluar las fuentes de la información que recibimos, practicar la curiosidad y el escepticismo, cuestionar lo que se da por supuesto, tener una mente abierta, escuchar diferentes opiniones y tratar de reconocer nuestros propios sesgos. Mientras escribo esto me acuerdo de todas las veces que compartí una noticia que resultó ser falsa, que discutí con un amigo (o hasta con un desconocido) en redes sociales por diferencias políticas, o que me dejé emocionar por un discurso que resultó ser vacío.
Los libros y el buen cine también contribuyen a conformar este tipo de razonamiento. La diversidad de narraciones permite asomarse a otras realidades y desarrollar empatía; algunas historias funcionan como una suerte de espejo que ayuda a conocernos mejor. Cuando leemos tenemos tiempo de reflexionar sobre las ideas e imágenes que nos presenta el universo narrativo, no tenemos prisa de hacer sentencias y nos dejamos llevar por el río de las palabras. La lectura ayuda a alejarnos de la inmediatez de las redes, de la cultura de la posverdad: es otra forma de vuelo.
Daniella Blejer es doctora en letras por la UNAM, profesora, escritora y crítica cultural.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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