Por Daniella Blejer
You don't have to burn books to destroy a culture.
Just get people to stop reading them.
Ray Bradbury
Frente a la monstruosa oferta de contenidos que ofrece el algoritmo, y a la capacidad de los medios de comunicación masivos de entretener de forma efímera, leer se ha convertido en una forma de resistencia. La literatura hace pensar, cuestiona, confronta y, por lo mismo, leerla no siempre es fácil.
El potencial de los libros de convertir a sus lectores en seres críticos e imaginativos los hace peligrosos dentro de las sociedades de control. A lo largo de la historia han sufrido prohibición, censura y quema. Preocupación y tema de ficciones como El nombre de la Rosa de Umberto Eco, cuya trama se centra en el control que un monje copista de la Edad Media pretende ejercer sobre la segunda parte de la Poética de Aristóteles, texto en el que el filósofo griego analiza el arte de la comedia. El monje, convencido de que la risa contraviene el temor a Dios, oculta el libro y recubre de veneno sus páginas con el fin de aniquilar a quienes intenten leerlo.
En Fahrenheit 451 Ray Bradbury imagina a la sociedad estadounidense en un futuro distópico en el que los libros son prohibidos. Para reprimir los intentos de conservar los libros existen escuadrones de “bomberos” encargados de quemarlos. El título refiere a la temperatura en la que el papel comienza a arder. Para contravenir la censura del conocimiento, un grupo de resistencia memoriza y comparte oralmente las mejores obras literarias.
La quema de libros es una manifestación del fanatismo religioso e ideológico más extremo: desde los actos de fe de la Inquisición, pasando por las quemas de Hitler, hasta la incineración de libros durante la dictadura argentina.
El libro resiste porque ocupa un lugar singular en la historia de la humanidad. Es el artefacto capaz de resguardar la memoria de un pueblo, sus mitos, tradiciones, principios y creencias. Gracias a la escritura de Homero, parte de la tradición oral de los pueblos de la Antigua Grecia pudo conservarse. Con el tiempo los personajes heroicos de La Ilíada y La Odisea se convirtieron en modelos de conducta, sus tramas épicas fueron leídas para formar a la población en los deberes cívicos. Por otro lado, las tres religiones monoteístas –judaísmo, cristianismo e islam– son conocidas como “religiones del libro” por tener en común la tradición espiritual abrahámica, así como la centralidad que otorgan a un libro sagrado inspirado en la palabra de Dios.
Donde hay intolerancia el libro se ve afectado, en la actualidad en Estados Unidos existen dos fuerzas polarizadas que lo reprimen. En un extremo se encuentran los conservadores, cuyo fanatismo, entre otros ejemplos, ha llevado a un condado de Tennessee a prohibir la distribución de Maus de Art Spiegelman por considerar que emplea un lenguaje altisonante y desnudos de mujer (al parecer los ratoncitos femeninos los escandalizan). A su vez, el cuento infantil The Lorax de Dr. Seuss fue prohibido por mostrar los estragos del capitalismo sobre el medio ambiente. Quizás el caso más irónico sea la prohibición de un libro, por parte de un distrito escolar de Florida, que habla sobre prohibir libros del autor Alan Gratz titulado: Ban this Book.
Del otro lado del espectro ideológico ocurre un fenómeno distinto, la pretensión de los progresistas no es prohibir libros, sino transformar su lenguaje para no ofender a ninguna etnia, género o grupo minoritario. Aunque los motivos son loables, la sobrecorrección afecta más al libro que si lo prohibiera. En este sentido se han publicado ediciones de Tom Sawyer o Huckleberry Fin de Mark Twain en las que sustituyen las palabras ofensivas (como la n-word por la palabra slave). El problema con la corrección política es que no se puede corregir la historia hacia atrás, la preservación de la violencia en el lenguaje empleada en determinado contexto importa porque muestra la magnitud de la exclusión del pasado.
Las distintas formas con las que se pretende prohibir, quemar, censurar y olvidar al libro son aterradoras. Cada vez hay menos lugar para la cultura literaria, sin embargo, no todo está perdido. Existe una comunidad de jóvenes que lee y escribe fanfiction en Wattpad, una plataforma de lectura social en línea que difumina las barreras entre lectores y escritores. Wattpad anima a sus usuarios a crear y compartir historias propias en todos los géneros. Muchas veces los escritores toman como punto de partida otras ficciones que han leído y de las que son fans, para imaginar tramas y personajes que los representen, como en el caso de la comunidad LGBTQ. En este mismo tenor, existen comunidades digitales como BookTok y los BookTubers, influencers digitales dedicados a promover la lectura.
Las historias de la humanidad y su soporte, extensión de nuestra imaginación, nunca desaparecerán. La capacidad de contarnos a nosotros mismos quiénes somos de forma simbólica es lo que nos hace humanos, el verdadero fin del libro.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
Comments ()