Por Danielle Dithurbide
Cada vez que me preguntan por qué amo tanto el fútbol intento recordarlo, pero al parecer mi amor y mi pasión son tan viejos como mi uso de razón, porque jamás he podido tener claridad del primer día que el fútbol me enamoró.
Mi vida ha estado siempre llena de fútbol, desde la vergonzosa confesión que significa decirles que tenía posters de Zague y Jorge Campos en la pared de mi recámara, el increíble recuerdo de jugarlo por más de tres décadas con todas las etapas de mi vida que eso significa, hasta la reconfortante memoria de ir al estadio con mi padre, porque aunque el origen de mi gusto no está claro, el culpable tiene rostro, nombre y apellido, y es el de mi papá.
Desde siempre, tanto verlo como jugarlo me ha puesto, según la descripción de mi mamá, “loca”, yo prefiero pensar que con el fútbol demuestro mi capacidad para involucrarme y apasionarme con algo.