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Por  Danielle Dithurbide

Si es cuestión de confesar, estaba un poco nerviosa, la idea de entrevistar a la que para muchos es la artista latina más importante de todos los tiempos resulta un poco intimidante, sobre todo cuando una de las personas que piensa eso, soy yo. 

Buscamos al equipo de Shakira prácticamente desde que supimos de su gira, era una de esas fichas que uno no debe dejar de jugar, pero que con dificultad resultan ganadoras. Pasaron semanas, meses, los conciertos en América Latina, los de Guadalajara, los de Monterrey, tres en la Ciudad de México y no hubo respuesta. La mañana del martes en el que sería el cuarto, ésta llegó.

La cita venía con invitación incluida, ver el concierto, y después de él, veinte minutos de entrevista. Era una exclusiva.

El resto de ese día se fue entre preparativos, todo iba bien, hasta que las nubes empezaron a asustarnos a todos. Las nubes se convirtieron en tormenta, y la tormenta en pánico de que todo se suspendiera.

Shakira también tuvo miedo de que eso pasara, me lo contó apenas nos saludamos; la posible presencia de relámpagos la hubiera obligado a cancelarlo. Pero no sucedió, la intensidad de la lluvia bajó, y pasadas las diez de la noche enloqueció a las 75 mil personas que empapadas la esperaban. Ella en el escenario, mientras tanto, sufría con sus nuevos zapatos de lluvia, que no le funcionaron tan bien como esperaba y que la hicieron resbalarse – de forma muy discreta- en varias ocasiones mientras deleitaba al público con sus espectaculares bailes; eso también me lo contó mientras nos acomodaban los micrófonos.


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