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Decía la escritora Iris Murdoch que ser mujer es como ser irlandés: todos dicen que eres importante y agradable, pero siempre te colocan en el asiento de atrás y te piden que cierres la boca. Así era cuando Elena, Elenita, Elenísima comenzó a escribir, a preguntar, a plasmar al país con su pluma. Pero ella nunca estuvo en el cabús, ni quiso quedarse callada. Los libros que ha escrito representan un reto al silencio. Una alternativa al secreto. Un viaje conmovedor en el tren que pasa primero, por el paseo de la Reforma, parando en La flor de Lis, tocando la piel del cielo, escuchando las voces del temblor acompañada de siete cabritas, Leonora y Tinísima. Una peregrinación por todo México. A lo largo de muchas décadas y muchas páginas, ha dado palabra y voz a esos mexicanos que muchos ni siquiera volteaban a ver. Nos ha sacudido, nos ha interrumpido, nos ha enseñado verdades aleccionadoras sobre el México que hizo nuestro.

Sus textos revelan una rica veta de historias y de experiencias, de palabras cruzadas y voces encontradas. Elena ha escrito de mujeres y los hombres que han amado y perdido. Ha contado momentos de dolor ante una muerte inesperada o de placer frente a una pasión arrebatadora. Ha enseñado el significado de la noche de Tlatelolco y cuán triste fue. Ha sido la cronista de la curiosidad, la perplejidad, la honestidad, el amor, la añoranza, la tristeza, la pasión, la pobreza, el México maltratado. Ha escrito con honestidad, con valor, con agudeza. Su periodismo recolecta voces distintas pero conectadas por la experiencia compartida de ser sobreviviente.

Todos sus textos iluminan rincones oscuros, revelan una verdad, incluyen una confesión, excavan un hoyo. Leerla es revelador, a ratos estremecedor, siempre fascinante. Elena, sin saberlo siquiera, ha sido mi compañera de viaje. Para escribir esta remembranza, coloqué en el piso frente a mis pies los 24 libros que tengo de su autoría, muchos de ellos dedicados. Guiada por su prosa, he conocido a mujeres que han vivido romances bienvenidos y pasiones mal avenidas, han gozado el placer del arte y la creación, se han rebelado ante una sociedad que intenta colocarlas en un cajón, han padecido la muerte de las personas a las cuales más han amado y no dejan de extrañar. Me he adentrado en tantas vidas, pletóricas de temores y recelos y triunfos y fracasos, del sabor del alma y cuando se parte en dos.

Pero más allá de lo que ha publicado la emperatriz de las letras mexicanas, Elena, Elenita, Elenísima ha vivido una vida excepcional. Es una de esas mujeres que pisan fuerte, que dejan huella, que escriben porque no podría respirar sin hacerlo, que cambian al mundo o lo hacen más bello, que cargan con demonios adentro pero también los combaten. Elena es de esas que han sido y son dueñas de su destino; lo miran sin parpadear. Elenita es de una estirpe que no se conformó con ser solo princesa de Polonia. Nació para combatir el silencio, la vida amortajada, la voz amordazada. Nació para darle vida a Jesusa Palancares, para que Quiela le escribiera a Diego, para que Lupe fuera dos veces única.

Y Elena, sin intuirlo siquiera, ha enseñado a toda una generación de mujeres a serlo plenamente. Nos ha mostrado cómo ser menos reticentes, más solidarias, más valientes, más dispuestas a afrontar en lugar de esconder. Ella encarna a esas mujeronas que como diría Rosario Castellanos, “se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido”, y hoy ocupan el espacio público, rechazan el anonimato, ejercen la inteligencia sin cortapisas. Elena ha ensanchado la frontera de la libertad para todas nosotras. Todas las que rehusamos portarnos bien, rechazamos ser insignificantes, y no hemos querido conformarnos con versiones de nosotras mismas que otros han intentado imponer. Quienes reímos y lloramos y sufrimos y nos caemos como las protagonistas –libres– de sus libros.

En Elena lo que hay es la total ausencia de resignación ante el destino dado; más que emular modelos, creó el propio. Más que aceptar un molde tradicional, horneó el suyo a base de la creatividad, la dignidad, la coherencia. Ha abierto muchas cabezas, ha sacudido un montón de conciencias, ha ensanchado el tamaño de la libertad para las mujeres. Nos ha ayudado a conquistar el derecho de convertirnos en personas que se eligen a sí mismas. Que derriban las paredes de su celda. Que estremecen los cimientos de lo establecido. Que alzan la voz contra el país en el cual demasiadas mujeres han sido educadas para quedarse calladitas y ser bonitas. Que aspiran a hacer realidad una verdadera República donde los hombres tienen sus derechos y nada más; donde las mujeres tienen sus derechos y nada menos. Elena es la realización de lo auténtico. Mujer y cerebro. Mujer y corazón. Mujer y madre. Mujer y esposa. Mujer y escritora. Mujer y ciudadana. Mujer y ser humano.

Cierro este texto citando una dedicatoria que me escribió en el volumen que atesoro de Todo México, Tomo IV: “A Denise Dresser que sonríe entre el smog y las catástrofes políticas. Con cariño agradecido de Elena. 25 de enero 2002”. Gracias por tanto. Gracias por ser quién eres. Elena, Elenita, Elenísima, La Escritora, La Mujer –así con mayúsculas– que cuenta con mi cariño. Cuenta con mi admiración. Cuenta con mi deseo de estar a su lado, hoy en su cumpleaños, y siempre.

@denisedresserg

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