Por Desirée Navarro
- Abrazaron a los equivocados.
Nunca debieron ser los criminales los que se sintieran apapachados. “Abrazos, no balazos” era el nombre perfecto para aplicar un programa de gobierno que abrazara a nuestros niños, a nuestros jóvenes y a todo aquel que estaba a la deriva.
La verdad sea dicha: el cáncer del crimen organizado en México ya hizo metástasis. Marzo de 2025 será recordado en los anales de la historia de nuestro país como el mes en que se descubrió el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, dejando en evidencia el horror de un campo de exterminio en el que, se especula, perdieron la vida cientos de mexicanas y mexicanos.
La mayoría eran jóvenes llenos de sueños e ilusiones, que buscaban un futuro mejor para ellos y sus familias. Para miles, nacer en un México con pocas oportunidades y tener el impulso de mejorar su calidad de vida, acaba siendo el factor principal que los coloca en las filas de los grupos criminales.
La realidad tiene que mirarse de frente, el reclutamiento criminal no solo se da por medio de engaños o manipulaciones que los hacen caer en lugares como el Rancho Izaguirre o de la Vega, también existe un problema mucho mayor: el reclutamiento voluntario.
Hace unos días empezaron a circular videos de jóvenes que decían su edad, el estado al que pertenecían y con mucha seguridad afirmaban que querían unirse a las filas del sicariato en una organización. Esto debería llevarnos a preguntarnos: ¿qué hemos hecho mal como sociedad? y ¿cuánta muerte, cuánto dolor normalizado y cuánto se ha engrandecido la imagen de los criminales para que nuestros niños sueñen con ser uno de ellos?
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