Por Diana Ibarra
Escribo desde México, país en el que diariamente asesinan a diez mujeres por el hecho de ser mujeres. Los relatos de horror ante la violencia sufrida son comunes; van desde una sumamente incómoda experiencia por acoso en el transporte público, el comentario sexista, aparentemente inofensivo, hasta la dolorosísima ausencia de una hermana que no regresará más al hogar. Ante el grito ahogado de frustración y de muerte ¿es posible ver más allá?¿Será posible no sucumbir ante la desesperanza, la ira y el miedo?
Mi apuesta es que el feminismo como eminente movimiento de resistencia tiene que trascender. Debe presentar no sólo escenarios de denuncia (los cuales son indispensables) sino de reconstrucción, en cuanto a la exigencia de un futuro en el que se garantice la seguridad, pero más aún la vivencia plena de dignidad humana con todas sus posibilidades de desarrollo.
Y pienso que ese es precisamente el punto, un compromiso de futuro, que en palabras llanas se llama esperanza. Esa pasión, que surge ante la posibilidad firmemente creída de obtener un bien; una virtud que consiste en el amor de saberse acompañada en la consecución de una condición mejor. Quizá habiamos pensado que nuestro mayor enemigo de la condición liberadora de la mujer era la sumisión, producto del patriarcado. Esas losas que han limitado nuestro desarrollo, sumidos en una condición de minusvalía, es decir, el pasado. El transcurrir histórico ha motivado dinámicas desiguales, que se nos cuelan como humedad en las dinámicas del presente. No negaré que es un problema serio y retador, pero tenemos que dejar el odio, el rencor, aunque no la exigencia de justicia.
Enfrascarnos en el pasado es otra forma de victimizarnos. Arrancarnos la esperanza es enfangarnos en un resentimiento que nos aliena y consume. El pensar que todos los hombres son malos, el dudar de todas las instituciones, el mirar con sospecha cada iniciativa, discurso o acción es un tipo de victimización. Quizá la más peligrosa, pues la desesperanza tarde o temprano lleva a la pasividad, a la zozobra existencial. El abatimiento ante el mal ineludible podrá despertar en algunas la convicción de Sísifo, pero en muchas más será razón de alimentar actitudes de odio y resentimiento incluso entre nosotras mismas, por habernos llamado a las armas en una lucha que se sabía perdida. Y eso es justamente lo que NO se ha querido desde un inicio de los diversos movimientos feministas. Muy al contrario, no importa desde dónde se escribiera o pensara, academia/activismo, izquierda/derecha, igualdad/diferencia, primera, segunda, tercera, cuarta ola, siempre se ha confiado en que se puede crear un mejor futuro.
Esa es precisamente la propuesta de un feminismo centrado en la persona, retomar la esperanza como fundación del cambio. Pero esta esperanza no puede ser ingenua, no se trata de caer en el buenismo incómodo de quien cree absurdamente que siempre vendrán tiempos mejores, o en una falsa entendida resignación de que por magia algo pasará que componga la realidad adversa en la que vivimos. No, la esperanza feminista de la que hablo es atrevida, crítica, creativa, activa y práctica.
Consiste en saber que con el compromiso mutuo, el ejercicio de la razón y la exigencia presente generamos un cambio entre todas y todos. Puede que los pasos que hemos dado sean pocos y cortos, pero el avance es claro, aunque no nos haya alcanzado a todas. Precisamente por ello requerimos que sea no solo una pasión, sino una virtud, necesitamos que esa actitud se haga hábito, en cada pensamiento y acción, que la repitamos hasta que la esperanza sea tan natural para nosotras que no haya nada que pueda cimbrar nuestra marcha.
*Catedrática de la Universidad Panamericana. Cofundadora del Grupo Interdisciplinar de Estudios Feministas.
Doctora en Filosofía por la UNAM. Ha sido consultora para los tres niveles de gobierno. Su labor está fuertemente equilibrada con la difusión de una cultura de igualdad para todas las personas, sobre todo aquellas que enfrentan condiciones de vulnerabilidad, con especial interés en las mujeres, niñas y niños. Fue consejera del Instituto Nacional de las Mujeres del 2012 al 2018. Entre sus investigaciones destacan: “La identidad kinética de las mujeres. Una visión a partir de la teoría de las Capacidades de Martha Nussbaum” (NUN). “Feminismo Centrado en la Persona”, coordinadora junto con Fernanda Crespo y Susana Ochoa (NUN).
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