Por Diana J. Torres
La censura me ha perseguido toda la vida porque nunca he sido apta para la contención y lo discreto, y ya sabemos que a esta sociedad mocha y represiva no le gusta que nos salgamos del redil.
Recuerdo la primera vez que fui censurada (y discriminada) como si fuera ayer. Patio de la escuela, junio, Madrid, 35 soporíferos grados. Todos los niños juegan al futbol bajo el sol, despreocupados, mientras las niñas, a la sombra, chismean y juegan con sus muñecas. No hace falta decir de qué lado estaba yo. En un momento estábamos ya todxs sin playera corriendo de un lado a otro detrás del balón. Aún éramos demasiado pequeñxs para que a alguien le importara que yo andase a pecho descubierto. Bueno, al profesor de educación física sí le importó cuando se acercó a decirme que me tenía que poner la camiseta. Yo no entendía mucho el motivo, era demasiado incoherente, como toda idea de censura. “Es que las niñas no pueden andar así sin nada arriba”. Yo le respondí que me daba igual, que hacía mucho calor y que si yo me la ponía se la tendrían que poner también los demás niños. Corte A: Diana sentada una vez más en el despacho de la directora. Y así fueron pasando los años, censura tras censura y yo cada vez más enojada con el asunto.
Hay muchas injusticias por las que como niña y como mujer tuve que pasar en los 80 y 90’s que ya no existen o que han mejorado con el tiempo gracias a la lucha feminista: ya puedo abortar en mi país, me puedo divorciar, puedo acceder a trabajos mejor remunerados o considerados profesiones de hombres, puedo tatuarme sin ser discriminada, etc. Pero enseñar las tetas, ¡no!
Hace pocos días fui censurada de la red social Instagram porque en una de mis historias se me veía un pezón de refilón durante menos de un segundo. ¡Pinche algoritmo psicópata, actualízate!
Qué cosa más ridícula y absurda que en 2022, casi 23, estemos aún a estas alturas. Por andar de teta suelta en mis producciones artísticas (y en la vida en general) he perdido canales de Vimeo, de Youtube, unos cuatro perfiles de Facebook, estoy baneada de por vida de Tinder y de Bumble, y ahora en Instagram, amenazada por una “inteligencia” artificial con la mentalidad de cualquier dictador del siglo pasado.
¿Siguen nuestras tetas siendo tan subversivas como para derrocar la moral católica? ¿Tanto miedo nos tienen a las mujeres libres, empoderadas y dueñas de nuestros cuerpos? Parece que la respuesta es sí. Y realmente creo que cada censura es como una medallita, una condecoración que sirve para recordarnos la fragilidad de un sistema de opresión que se resquebraja y tambalea cada día un poco más, y también que falta un largo trecho aún para que nosotras podamos hacer las mismas cosas que los hombres.
Nuestras tetas son como granadas de mano, estrellándose contra ese muro que algún día, no muy lejano, se caerá.
@pornoterrorista
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