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Por Diana J. Torres

Pues vale, ya se pasó el orgullo y ya podemos regresar a nuestra vida normal de gente normal que hace cosas normales fuera y dentro de la cama. El resto del año estará perfectamente visto usar “puto” como insulto, no se hará nada para evitar y parar el bullying a las infancias diversas en las escuelas, nos seguirán hostigando en la calle y en los antros, habrá acceso a violentas terapias de conversión, seguirá México siendo el segundo país del mundo en transfeminicidio y ya le paro a la lista porque en realidad quiero hablar de otra cosa.

Lo cierto es que no soy tan cafre y pesimista como para creer que con las celebraciones y marchas del orgullo no se consigue nada, pero,  en realidad, los verdaderos avances que han tenido lugar en la lucha contra la discriminación a las personas no heterosexuales se dan en el día a día y en lo cotidiano, durante todo el año. Hace unos días vi una publicación de Laurel Miranda en la que afirmaba que, por ejemplo, gran parte de las personas transfóbicas no conocen en persona a ningunx trans y que cuando tienen acceso a ellxs, sus opiniones suelen verse modificadas para bien. Es tanto el veneno que la ideología patriarcal ha ido inyectando en las mentes de la banda durante siglos que en estos tiempos el único antídoto es sencillamente salir de la ignorancia y de esas creencias obsoletas. Y sinceramente no estoy tan segura de que llenar la ciudad de banderitas gay o de otra índole similar durante un mes al año sirva para ello.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.