Por Diana J. Torres
Toda mi vida dormí como un bebé, bueno, un bebé tranquilo porque he visto algunos que pasan la noche llore y llore. Nunca jamás tuve problemas para conciliar el sueño, sencillamente me metía a la cama, leía tres o cuatro páginas del libro de turno y caía profundamente en los brazos de Morfeo hasta la mañana siguiente; sin pararme a mear o a tomar agua, sin dar muchas vueltas. Esa bendición se terminó hace algunos años, cuando la vida me empezó a atravesar dificultades que requerían (algunas lo siguen requiriendo) de toda mi energía mental; problemas que solo pensándolos con inteligencia y cautela podían ser resueltos, y siempre se me hizo más sencillo pensar en la quietud nocturna.