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Por Diana J. Torres

Siempre he tenido amigos maricas, fueron mi salvación cuando de adolescente comencé a asfixiarme por los entornos heterosexuales impuestos en cada ámbito de la vida y prácticamente (hasta que las lesbianas empezaron a hacer acto de presencia con cuentagotas), sólo me relacionaba con ellos. Al menos no tenía que preocuparme por la doble tensión sexual que se desataba cuando me juntaba con heteros: mi deseo (no correspondido) hacia ellas, el deseo (no deseado) de ellos hacia mí. Aprendí muchas cosas sobre no ser hetero al lado de los compas maricas, muchas de esas amistades de juventud siguen aún en mi vida después de más de 20 años, y siempre les estaré profundamente agradecida por todo lo que supuso su presencia en mi existir.

Peeeero más tarde llegó el feminismo a mi vida y ya nunca pude volver a verlos del mismo modo, porque aún desde toda su disidencia, desde toda su opresión por no ser los machos que el sistema esperaba que fueran, no dejaban de ser y vivir como hombres, es decir, con un chingo de privilegios y también, y he aquí el punto, con bastante misoginia interiorizada. Varias cosas muy comunes en la comunidad gay me despertaron las alarmas de que quizás no para todo podríamos ser compañerxs, de que probablemente nuestras alianzas tenían profundas fisuras irreconciliables. Por ejemplo su forma de hablar de los cuerpos con vulva; no saben la infinita cantidad de veces que los he visto manifestar como si nada su repugnancia por nuestros coños, por nuestros fluidos, por nuestros pelos, nuestra gordura, nuestros pliegues. No hay una sola parte de nuestro cuerpo que no haya sido menospreciada por un marica en mi presencia.

Otra alarma muy seria fue la tremenda frivolidad con la que muchos parodian la feminidad hegemónica (o lo que la sociedad entiende por eso).

Me refiero a que es muy sencillo “actuar” para reírse como dama, hacer la broma, pero desde una posición que no contempla las desventuras cotidianas de ser mujer en un mundo dominado por hombres; desde una posición en la que el feminicidio masivo, la ilegalidad del aborto, el acoso callejero, la violación, no les atraviesa ni les atravesará jamás. Y ¡cuidado! Me estoy refiriendo a los hombres homosexuales cisnormativos ¿si? Y a su falta de politización feminista a la hora de abrir la boca o comportarse en sociedad.

Recién me saltó la última alarmita cuando me di cuenta de que muchos están utilizando la expresión “preñarse” para referirse a que otro vato se les venga en el ojete, refiriéndose a ello únicamente como práctica sexual y no como una cuestión reproductiva (que es exactamente lo que significa el verbo “preñar”). Me dio mucho coraje ver como esta forma de comunicación, cual moda, se extendía como la pólvora, dejando de lado toda la carga emocional y política que tiene para nosotrxs las personas con vulva el hecho de salir preñadxs, en un lugar donde el aborto es ilegal y acarrea muerte y cárcel, en una cultura en la que el hecho de tener un embarazo no deseado arruina las vidas de menores a diario, en donde ser violadx puede tener aún consecuencias mayores a la simple violación, etc.

Amigos, tengan tantito respeto, conciencia y sensibilidad ¡carajo!
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