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Por Diana J. Torres
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Es muy extraño “estar” soltera (y sin hijxs) a los 42. Siento que hay una parte de cultura, de opinión social, de pensamiento colectivo que me debería impulsar a la tristeza, al fracaso o a los brazos de cualquier idiota en mi misma situación para armar un grupo familiar de emergencia, improvisado, no deseado, plagado de insatisfacción y errores. Pero curiosamente estoy en una de las etapas más felices de mi existencia y trato de que lo que se suponía que debería ser de mí no me afecte ni me condicione. Yo anduve emparejada, básicamente conectando una pareja con otra, desde los 17 años hasta hace un año, es decir ¡24 años de mi vida! ¡Es demasiado! Y el primer año de soltería (ay odio esa palabra pero es tan fea que ni sinónimos tiene) fue todo muy extraño, no me hallaba; paulatinamente me fui dando cuenta de que la inmensa cantidad de cuidados y atenciones que ponía en mi compañera ahora resultaba ser un excedente de tiempo y energía enorme, y durante un rato no supe qué hacer con ello. Por fortuna ninguna otra persona dispuesta a ser mi partenaire se apareció en esos momentos porque de seguro ahora no estaría escribiendo esto y mi vida no hubiese dado el giro radical que me tiene tan contenta.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.