Por Edelmira Cárdenas
Vengo del seno de una familia numerosa, mi padre siempre contaba en forma de chascarrillo que en cada nacimiento de su hijos preguntaba después del parto ¿Qué fue? NIÑA, él respondía: “bueno, para la otra será varón”, así nacimos 8 mujeres, sólo tuve un hermano, el mayor. Ese fue el encuentro con una realidad de mi tiempo, el estigma de no haber nacido hombre. ¡Lástima, tenías que ser mujer! Muchos años de mi vida estas palabras fueron decretos que intentaban metérmelos hasta por intravenosa. Fui niña precoz, preguntona, cuestionaba el porqué mi padre y hermano solo tenían el derecho de sentarse en la cabecera de la mesa a la hora de la comida: “caliéntale la tortilla”, “sírvele más agua”, “levanta sus platos”, siempre me hicieron sentir que por el simple hecho de ser hombre tenían el privilegio de ser atendidos.