Por Edmée Pardo y Marilú Acosta
Tengo prejuicios ideológicos, estéticos, por trauma de infancia, por resentimiento, por el revuelo que ha generado, porque no les creo a las mujeres que la comentan, por el silencio en los hombres. No quiero verla sólo porque es el tema de moda y la verdad no se me antoja, digo todo esto de corrido y casi sin aire a Marilú y entonces ella sugiere ¿un cuatro manos?
Y así empieza nuestro diálogo. Edmée y yo tenemos en común no haber tenido Barbies ni haber jugado con ellas. La película, como tantas otras, no la iba a ver “por que no es para mí”: yo nunca jugué con muñecas. Ver rosa por todos lados no me invita a verla, sin embargo, al leer las emotivas y entusiastas reflexiones de mujeres adultas sobre la película junto con las propuestas de ir en bolita al cine a verla, me hizo cuestionarme: ¿iré?
Sospecho con el pecho, contesto. Sí incluso para las mujeres construirse y asumirse como feministas es un proceso largo y cuesta arriba que hay que repensar a cada rato, ¿de cuándo acá una muñeca llena de vacío es nuestra conciencia? Ahora, entonces, estamos ante la creación de un estereotipo peor, más avasallante porque ahora es mucho más perfecta: además de ser preciosa es revolucionaria. La odio.
El slogan publicitario dice que si la amas o si la odias, la película es para ti. Yo ninguna de las dos, entonces ¿es para mí? Seguramente no, pero sí despierta toda mi curiosidad. Lo interesante es que entre más le pienso, más me parezco a Barbie. Vengo en distintas presentaciones Barbie la Sanadora, Barbie la Escritora, Barbie la Doctora, Barbie la Electrónica… y muchos otros oficios, también vivo sola, tampoco tengo hijos, y en mi vida tengo varios de sus accesorios.
Me encanta que al menos tú sí reconozcas que llevas una pequeña Barbie adentro. A mis ojos, quienes dicen que no se sienten Barbies las veo súper barbarizadas, y quizá yo, a ojos de otras, tenga introyectado el modelo aunque lo niegue al cien. Quizá porque no quiero parecerme a esas niñas que me caían pésimo con el alargamiento de su cuello y la casi devoción para sacar a la mona de la mochila. No, no quiero verla. A menos que me invites a la sala vip y pidamos un trago.
Bueno, es un descubrimiento reciente el saberme Barbie, yo hubiera jurado que Barbieland y mi mundo no se tocaban. En mi infancia las niñas “jugaban” conmigo a hacerme la ley del hielo. No recuerdo la razón, si es que alguna vez la supe. Entonces yo jugaba con los niños al fútbol americano con una botella de frutsi llena de basura inorgánica, el relleno era toda una ciencia, era lo que hacía que funcionara o no como balón. Así aprendí a sentirme excluida de “lo femenino” y por lo tanto de Barbie y su rosa. Veámosla en una sala premium, con alcohol y si te animas, vayamos vestidas de rosa.
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