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Por Edmée Pardo

En 1853 Antonio López de Santa Ana (que en su último mandato se autoproclamó “Su Alteza Serenísima”) convocó, vía el Diario Oficial, a los poetas nacionales para componer un canto patriótico. Había la necesidad de una canción de unidad  en un contexto de perdida de territorio con la intervención estadounidense de 1846-1848 y problemas políticos internos de lucha por el control de país. El de Francisco González Bocanegra, cuya composición carga con la leyenda de su escritura hecha en cautiverio organizado por su prima y novia, Guadalupe González del Pino, resultó el elegido.

84 versos (renglones), divididos en 10 estrofas (párrafos) y un coro de 4 versos, hacen referencia a las luchas de los mexicanos, exaltando el patriotismo y la defensa de la patria ante amenazas externas.  La música fue compuesta por Jaime Nunó, compositor español que llegó a México, invitado por el mismísimo Santa Ana, como director de bandas militares.  El estreno de la pieza fue en el teatro Santa Ana, hoy Iturbide, el 15 de septiembre de 1854 (hace 170 años) interpretado por dos voces italianas: Claudia Florentini (soprano) y Lorenzo Salvi (tenor), bajo la dirección del también compositor italiano Giovanni Lottesini.  

Pero el himno nacional no siempre brilló en sociedad, el mismo González Bocanegra compuso otro en 1860 donde ensalzaba a Miguel Miramón, presidente interino; Benito Juárez adoptó la Marcha de Zaragoza como himno en honor a Ignacio Zaragoza; en el mandato de Porfirio Díaz  el himno de González Bocanegra, con algunas modificaciones, volvió a sonar en las ceremonias oficiales.  Pero fue hasta 1943 que Manuel Ávila Camacho emitió un decreto para no modificar ni letra ni música y estableció una versión oficial para enseñar en las escuelas públicas y privadas con las primeras cuatro estrofas, más el estribillo. He de reconocer que solo sé la primera  y la décima estrofas, más el estribillo. Las otras ocho, hoy que preparo esta nota, es la primera vez que las leo.  

Todos los lunes de mi infancia hice honores a la bandera y canté el himno, sin entender muy bien el privilegio de tener patria y bien vivir en ella. Por esos años estuve en la banda de guerra y tocaba el tambor, alguna vez llevé la bandera en mis manos y casi se me cae a la hora de engancharla al hasta. Con mi hermano cantaba el himno de regreso a casa porque nos gustaba la potencia de su ritmo. Pero han pasado muchos años desde entonces  y la relación hacia mi país es otra, no solo es el lugar donde vivo también es el lugar en el que participo con mi labor diaria. Soy parte de este país y también soy patria con todos los deberes y obligaciones que eso implica. 

  ¿Qué dice el himno que hoy pueda resonar con un mexicano  contemporáneo? ¿Estamos listos para acudir al grito de guerra, al de qué partido, al de quién?  ¿Salimos de nuestra incredulidad para defender lo que creemos nuestro? ¿Estamos tan confundidos que ni sabemos para donde apuntar? ¿Estamos tan decepcionados que ni siquiera creemos que valga la pena moverse? ¿Tenemos sepulcros de honor, ya no digamos laureles de victoria? ¿Estará nuestro destino escrito con el dedo de Dios?

    Quiero cantar el himno voz en pecho, estar más orgullosa que temerosa de la patria que tenemos. Confiar y trabajar para que eso suceda.

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@EdmeePardo

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