Por Edmée Pardo
Hay lecturas que no se hacen a través de letras, palabras, símbolos, relieves o números. Son lecturas que contemplan lo invisible a los ojos de la mayoría de las personas, pero que para algunos, para quienes conectan con una dimensión sutil de la existencia, es posible. Se trata de la lectura del campo energético que emana cada ser vivo y que refleja su estado emocional, espiritual y físico. Se llama leer el aura.
Sobra decir que ser alfabeta y estudiada no me hace capaz de descifrar y entender la mayoría de las lecturas, apenas puedo con las de lenguaje común, hecha con palabras y en dos idiomas. Leer el aura, a pesar de sentirme experta en el tema de leer, tampoco es una habilidad que posea.
Desde tiempos antiguos, diversas culturas han creído en la energía que habita y emanan los seres vivos (llamada chi, Prana, vibra, energía o aura), y a lo largo de los siglos se han desarrollado formas de interpretarla, buscando en su color, intensidad y forma pistas sobre la salud, la espiritualidad y el bienestar de una persona.
El aura cambia constantemente según nuestras emociones, pensamientos y condiciones de salud. ¿Cómo lo sé? Porque eso dicen los expertos en el tema. Un aura de color azul puede reflejar calma y serenidad, mientras que una de color rojo puede estar vinculada a la pasión, la energía o incluso el enojo. El verde puede asociarse con la sanación y la armonía, el amarillo con la creatividad y el optimismo, y el violeta con la espiritualidad y la conexión con lo divino.
Existe una tecnología para visualizar el aura, la cámara Kirlian, equipada con varias técnicas diseñadas para capturar las descargas eléctricas de un cuerpo. Seymon Kirlian lo descubrió por casualidad al notar que si un objeto está conectado a una fuente de alto voltaje, produce una imagen en la placa fotográfica llamada efecto corona. Cuando la foto es revelada, deja ver un halo luminoso y colorido alrededor del individuo u objeto. Invertir en una cámara de estas para dar servicio a los peatones, es algo con lo que Kirlian jamás soñó. Mi sobrino es un niño índigo, se lo dijeron hace 27 años en Tepoztlán después de que su mamá hiciera una larga cola junto a turistas y crédulos que ansiaban saber el color de su aura.
Lo interesante es que según los entendidos todos podemos aprender a sentir y leer el aura, aunque algunos tengan una sensibilidad natural más pronunciada. Se trata de colocar al sujeto sobre un fondo neutro, puede ser parado frente a una pared blanca iluminada con luz natural. Después relajar el foco, entrecerrar los párpados, esperar a que los bordes se suavicen y aparezca una niebla alrededor del cuerpo; si se hace durante varios minutos esa niebla tendrá un color. Los principiantes pueden empezar con su propia mano sobre una hoja blanca y practicar. Sea como sea, buscar el aura, leerla en el mejor de los casos, es un recordatorio de que somos más que cuerpos físicos; somos seres vibrantes, llenos de luz.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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