Por Edmée Pardo
Una de las actividades favoritas de mi familia, en las vacaciones, es jugar padel. Las cuartetas se arman con un diferencial de edad y capacidades notables. Desde 28 a 86 años, y con prácticas de intervalos distintos: anuales, semestrales o de fin de semana. Buscamos que los equipos queden balanceados pero, aun así, los que saben saben y los otros hacemos, con la lengua de fuera, lo que podemos. El chiste es saber leer la bola, explican los iniciados, y yo me doy a la tarea de buscar cómo salir de ese analfabetismo.
Parece que, para el tenis, padel o pin pon hay principios universales para entender y anticipar la trayectoria de la bola, todos regidos por las leyes del célebre amigo Issac Newton que incluyen indicadores de fuerza, ángulo y velocidad. Mirar el movimiento inicial es la clave para ello, analizando la postura del oponente y el ángulo de la raqueta al momento del golpe. La inclinación y fuerza determinará la dirección y la altura. Si lleva efecto topspin, así le llaman, la bola es elevada y acelera al tocar el suelo. Si lleva efecto backspin, rebota más lento y bajo. La regla básica es: el ángulo de entrada determina el ángulo de salida. Por ejemplo, si se golpea la bola con inclinación a la derecha continuará con esa dirección a menos que algún factor externo, ya sea rebote o efecto, lo altere. La velocidad influye en la distancia y el tiempo de reacción. Una bola rápida tendrá un rebote más fuerte y predecible, y una bola lenta ofrece más tiempo para que el contrario se posicione.
La superficie de la cancha también incide, no es lo mismo cancha de césped, de cemento o arcilla; lo mismo sucede con la altura de la locación. En la ciudad de México las pelotas botan más rápido que a la altura del mar.
Dicho todo esto que parece lógico al pie de la letra, leído con calma y escrito con esfuerzo, es difícil de actuar en pleno juego. Hay que entrenar la mirada para comprender espacios y ángulos, imaginar líneas invisibles que proyecten la posible trayectoria.
Regreso a la cancha sabiendo que la pelota se lee y que si aprendo a hacerlo puede ser que mis derrotas sean menos humillantes, pero estando ahí, ya con traje de carácter (faldita con pliegue y calzado adecuado) olvido todo esto que he narrado y recuerdo que hay que perseguir la pelota como lo hace un perro cuando su dueño lanza el juguete. Mejoró mucho su juego, dicen los ganadores para tener contentos a los perdedores y que al día siguiente nos presentemos animosos a la cita. Un lejano brillo de esperanza anida en mi corazón tras esas palabras. Al día siguiente los resultados no varían mucho, aunque es más interesante la batalla. Mi sobrina, que tiene un sentido del humor agudo, sugiere tras un partido: Oye, tía, y si mejor escribes sobre eso. No me desanimo porque entiendo que todo resultado requiere tiempo, paciencia y repetición. De cualquier manera, le hago caso y redacto estas líneas para ver si aprendo a leer la pelota.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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