Por Edmée Pardo
¿Quién no quisiera una mirada al futuro para ajustar las decisiones del presente? ¿Quién no quisiera ir por el camino correcto en lugar de deambular por atajos que solo agotan? ¿Quién no quisiera dormir a pierna suelta sin preocuparse de la incertidumbre del mañana? Imagino que estas son las razones por las que las artes adivinatorias tienen tanto éxito. Una promesa que suena a cama blanda y cielo asegurado. En todas las culturas existen estas prácticas con distintos elementos: cartas, bolas mágicas, tablas grabadas, velas, aguas, piedras, monedas… Quizá una de las que más llama mi atención es la lectura de los caracoles vigente en varias culturas.
La caracolomancia es una práctica con raíces africanas que data de miles de años, según los expertos, particularmente de la religión yoruba, en la que los sacerdotes se comunicaban con los orishas, las deidades de su panteón. Cuando la diáspora africana llegó al Caribe y a América, la tradición viajó con ella, adaptándose a nuevas influencias culturales como la santería afrocaribeña que llama dilogún a los caracoles usados para la adivinación: conchas marinas de la especie Cypraea moneta o Cypraea annulus: blancos, con un lado liso y otro abierto; de esos que se usan para la joyería jipiteca de Coyoacán.
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