Por Edmée Pardo
En mi casa falta el agua. Las autoridades avisaron el 17 de octubre que iban a reducir el suministro en mi delegación debido a la crisis que afecta al sistema Cutzamala: la sequía más grave de su historia. Si a eso se le suma la reparación de un pozo en Chapultepec que deriva el agua hacia mi colonia y la escasez de líquido de la colonia contigua, el agua de la calle no entra y cuando la hace tiene el flujo muy reducido. En las noches no alcanza a llenarse la cisterna y no se puede bombear agua a los tinacos por lo cual los habitantes de mi edificio amanecemos, atardecemos o anochecemos con la sorpresa de que no sale agua de la llave.
Aparto agua en ollas y cubetas. Hago pipí sobre pipí hasta que vale la pena vaciar la bandeja. Me afecta como a cualquier persona que tiene una vida organizada, “que fluye”, y de pronto debe organizar el baño, el lavado de ropa y los alimentos a ciertos horarios. Mucho menos que a los que tienen enfermos, bebés, o damnificados de Acapulco en sus casas. Pero me afecta a la vigésimo cuarta potencia si se toma en cuenta que soy la administradora del edificio y los recados en escala de molestia acelerada llegan a cada rato.
De entrada, compramos una pipa de cuarenta mil litros para enfrentar el desabasto. Pero no hay fondo que alcance para estas emergencias que se convertirán en lo cotidiano: la realidad es que cada vez habrá menos agua.
Para actuar de manera propositiva y no reactiva, decidimos (el comité de vigilancia y yo) racionar el suministro, estar atentos a horarios y potencias de la llegada del agua y a los lectores de cada departamento. Pero, ¿cómo se lee el agua?
El medidor de agua es un aparato circular con una tapa al que se enfrenta mediante una carátula con números y círculos de dos tamaños que dizque dan toda la información que se requiere. Si uno sabe leerlo. Saco foto, voy al internet, hago dos o tres conexiones de sentido. Identifico. El primer marcador gira cuando se consume agua, pero si se mueve cuando todas las llaves están cerradas indica la existencia de una fuga. La manecilla grande con cada vuelta indica un litro, la manecilla chica con cada vuelta indica diez litros y el movimiento de ambas hace que vayan avanzando los números. Ese numeral indica el consumo total que se registra en metros cúbicos. Como en la primaria aprendí que para la medición de líquidos se usa el litro, tengo que hacer la traducción. Un metro cúbico equivale a mil litros. No puedo ni visualizar mil cartones de leche o botellas de agua en un mismo lugar. Respiro. Hay que registrar el consumo por departamento, digo con voz de mando al conserje como si yo supiera de lo que hablo y de lo que haré con esa información. Luego me asomo al medidor de agua de la calle. Entiendo el marcador que gira, entiendo el número, pero y todos los demás indicadores en la carátula a manera de minutos ¿qué son? Es la presión del agua, me explica el conserje. Ajá. A lo largo de una semana espero contar con elementos de cómo, cuándo y cuánto gastamos y recibimos de agua para entender lo que sucede. ¿Y luego?, me pregunta el conserje. Me quedo callada. Pienso en un recolector de agua pluvial, ahora que ya pasó la época de lluvia, claro; en comprar otro tinaco, en una cuota extraordinaria… Oigo ruidos, la tubería despierta. Son las ocho de la noche y se ha abierto la llave. Corro a darme una ducha.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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