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Por Edmée Pardo

Me fascina el otoño. Todo él, la temperatura, la modificación en el tono de la luz, los frutos de la época, el día de muertos, el día de gracias,  el cambio de las hojas, la ropa más cobijadora, las sábanas gruesas. Recientemente me di un baño de otoño: caminé cinco días debajo de los arces (mejor conocidos como maples). Sentí que oro, cobre y sol caían en rebanadas sobre mi cabeza. De tan intensamente amarillo el follaje, en un momento creí que había salido el sol en medio de un día nublado. Me detuve en los tapices rojizos, ocres  y naranjas. Cerré los ojos, los volví a abrir. El mayor espectáculo sucedía frente a mí y yo contaba (cuento) con salud y ojos para mirar y estar. ¿Cómo nombrar lo que se mira? ¿Es amarillo huevo o  amarillo guayaba?  Oro, pipí, cerveza, jengibre, plátano, vino blanco, champán.  ¿Es naranja o cobrizo? Melón, salmón crudo, salmón cocido, zanahoria, camarón, ladrillo, óxido. ¿Es rosa o rojo? Toronja, guasave, betabel, sangría, vino tinto, ciruela. Café castor, café tierra, café perro. 

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.