Por Edmée Pardo
Dicen los expertos que el calzado arroja un porcentaje importante de información sobre quien lo porta: estatura y peso, estado de salud ósea, estatus, estética, autoridad, rol social.
Los zapatos hablan por sus dueños.
Quizá fue la Cenicienta quien nos enseñó a encontrar a la persona por las prendas que usa. Su calzado mínimo y de cristal ya decía mucho sobre ella: su pequeña corporalidad, su delicadeza para andar en esos tacos sin romperlos y también de su habilidad para encontrar alianzas y maneras para salirse con la suya, al mismo tiempo de su transparencia y luminosidad. Kamala Harris, la mancuerna del presidente Biden para la vicepresidencia de su mandato, se distinguió con el uso de tenis converse para dejar ver algunos rasgos de su personalidad: rompe convenciones, valora la comodidad, propone nuevas estéticas y reglas propias, está lista para trabajar y tiene los pies en la tierra. Quizá por eso mismo, me aventuro a pensar, se le ve menos en la escena política nacional e internacional.
Se sabe que Ángela Dorothea Merkel, una de las líderes más admiradas del planeta, rechazaba los zapatos finos y costosos de diseñador que donaban a la cancillería argumentando que “no se puede liderar al mundo de puntitas”. En alguna entrevista dijo que los zapatos de tacón le recordaban a las mujeres de la china imperial con los pies quebrados y amarrados para que no pudieran huir de sus hogares. “Los tacones son las cárceles portátiles de las mujeres de Occidente”, declaró. Sus zapatos fueron tema de geopolítica en convenciones de líderes mundiales y en alguna de sus visitas a Argentina, una imagen dio la vuelta por todas las redes sociales en la que se comparaba su calzado con el de Cristina Fernández: costoso y de tacón muy pronunciado.
La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, de quien se ha dicho que está forjada con una mezcla de acero y amabilidad, y que ha mostrado un modo de gobernar propositivo y poco convencional, se distingue por la variedad de calzado: tacos muy bajos, sandalias, mocasines, tenis, botas. Podemos suponer que es versátil, flexible, y que se prepara para andar los distintos territorios que su labor exige.
¿Qué zapatos habría de usar la próxima presidenta de México?
Sin duda unos diseñados para largas caminatas, que amortigüen los impactos contra el suelo, y que ofrezcan agarre correcto para subir cerros: el trabajo que viene requiere mucho de andar y de ir cuesta arriba. Necesita zapatos cómodos, ergonómicos, hechos y diseñados en México (en León, Guanajuato, de ser posible) que le permitan cuidar de sí misma, incentivar la industria mexicana y valorar nuestros talentos, al tiempo que recorre todo el territorio. Necesita unos zapatos violetas, que se adapten a la forma de su propio pie y no una plantilla general, para luchar por los derechos de las mujeres; sin costuras internas para no perder el ritmo con heridas dolorosas en la parte más delgada. No sé si sea un solo par o muchos. Pero, sobre todo, necesita cientos de pares de zapatos a su lado, caminando en la construcción de un país donde quepamos todos y podamos ir por la vida libres, en abundancia y sin miedo. Yo ya tengo los míos.
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