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Por Edmée Pardo
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Cuando escribo y leo cáncer lo hago con la C de compasión porque la C de ese cangrejo es un cañonazo que pide reflexionar sobre la fragilidad de la existencia. La palabra cáncer trae consigo un lenguaje complejo, lleno de términos científicos que a menudo parece incomprensible y distante, pero que habla de algo profundamente humano y cotidiano: el cuerpo, la vida, la vulnerabilidad. Cada vocablo que usan los médicos  describe lo que sucede a nivel celular, así como los procedimientos técnicos y químicos a seguir, pero frente a cada palabra  hay una historia de  diagnóstico, de esperanza, de lucha, de victoria o de duelo.  

Para detectar el cáncer se realizan pruebas químicas de laboratorio, pruebas de imagen y pruebas de patología. En los informes médicos, el cáncer se lee en números y porcentajes: niveles de células malignas, estadios, pronósticos. Los estudios PET scan toman imágenes de células activas de cáncer, felices de comer el azúcar que ingiere previamente el paciente. El índice CA-125 es un marcador tumoral. Altos niveles de CA pueden ser una señal en cáncer. La biopsia es un estudio que se hace con la extracción de una pequeña parte del tumor y determina la malignidad del mismo. Esos números e imágenes se traducen en un diagnóstico. A cada cifra corresponde una preocupación o una esperanza. Leer los resultados de los estudios no es solo una lectura intelectual, lleva una gran carga emocional para el paciente y quienes lo acompañan. 

El cáncer tiene su parte positiva, es un enorme motor que mueve conciencias, fundaciones, empresas, deportes, artistas, intelectuales, políticos y políticas públicas, investigadores, científicos, personal médico y de cuidado, porque a  la mayoría nos ha tocado de cerca o en carne propia tener una aventura con el cáncer.  Pocas enfermedades tienen tanta visibilidad. Y es que, si se trata a tiempo, el cáncer puede no ser una enfermedad mortal.

El cáncer ha generado una gran narrativa a nivel colectivo. Las experiencias personales en forma de testimonios, diarios, memorias, novelas, cuentos  y películas nos permiten adentrarnos en la vivencia del cáncer desde un ángulo más íntimo. En esos textos encontramos lo que verdaderamente es esa C de cambio: la realidad alterada de alguien que, por amor a su cuerpo y a la vida, lucha contra su propio cuerpo y lo lastima para seguir con vida. 

Por mi parte he escrito tres libros sobre cáncer para las infancias. El primero, Enfermedad se escribe con C, inspirada en el diagnóstico de mi hermano y sus hijos pequeños. El segundo, El brasier de mamá, inspirado en la mastectomía bilateral de una amiga, su fundación, y el deseo de regalarles una herramienta de autocuidado a sus hijas y a todas las niñas del mundo. Y el tercero, Los luchadores, como parte de la colección Leer Para Sanar, uno de los 16 cuentos que hablan sobre los temas urgentes de la niñez mexicana. 

Leer y escribir sobre el cáncer es comprender que la enfermedad la padece una sola persona, pero que todo su círculo inmediato se afecta. Es leer sobre el amor, el dolor, la solidaridad, el autocuidado,  la paciencia y la enorme resiliencia con que la humanidad está provista.

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@EdmeePardo

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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