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Esther Duflo y Abhijit Banerjee, pareja galardonada con el Premio Nobel de Economía 2019, aciertan cuando sostienen que la pandemia les regresó a los gobiernos su importancia. Ahí donde existieron gobiernos funcionales, estructurados para resolver problemas públicos, la pandemia pegó como ola en la cara, pero sus impactos pudieron mitigarse, administrarse de la mejor manera posible. Ahí donde no estuvieron la pandemia azotó de la misma forma, pero dejó secuelas que marcará a generaciones.

Me preocupa mucho que haya mexicanos marcados. Cohortes de distintas edades que, por la pandemia y sus efectos expansivos, carguen con una desventaja mayúscula que los limite de manera determinante. Niñas y jóvenes que ya no serán lo que pudieron ser porque no hubo una intervención gubernamental o social oportuna que sirviera como red para sostenerlos.

Pienso de entrada en el más de millón y medio de estudiantes que dejaron la escuela por la pandemia y que no han podido ser recuperados por los sistemas educativos público o privado. Seguramente ellos ya estaban en una situación de desventaja y al quedarse solos, sin medida alguna que mitigara o compensara el efecto de la emergencia, no les quedó opción más que salir de la educación formal.

Son 627 mil infantes de preescolar que en casa ya no podrán tener acceso a lo que recibían en un salón de clases. Y esas pérdidas ya no las podrán compensar en los ciclos escolares subsiguientes. Y así en los distintos escalafones hasta llegar a la media superior. En los años de pandemia, el 8% de los jóvenes de secundaria ya no ingresaron a la preparatoria. En este nivel tenemos casi 367 mil estudiantes menos.

Pero el problema no para ahí. La educación vía remota, está probado, ocasionó pérdidas en los aprendizajes, que ya eran muy pobres en el país. A una crisis en el desempeño educativo se le superpuso otra, haciendo tremendamente retador el desafío de remediar. Tan grande es que el gobierno federal mexicano lo prefiere ignorar.

La SEP está en una especie de dimensión desconocida porque no ve, no escucha, no actúa. No conozco plan para implementar una prueba diagnóstica a nivel nacional ni proyecto para darle solución a lo que se identifique como secuelas. Algunos de sus funcionarios ya están en equipo de campaña para lanzar la candidatura de Delfina Gómez al gobierno del Estado de México, y otros están en pensando en las quimeras de las comunas hippies (ojalá así fuera) y buscando el mejor ángulo para desmantelar las distintas formas de dominación que se transmiten a los mexicanos en las aulas de sus recintos educativos.

Parece que no hay una sola cabeza que piense en clave de política pública, que mire al mundo en búsqueda de mejores prácticas, que lea producción académica que brinde pautas para generar intervenciones que nos ayude a quitarles las marcas a las niñitas y a los jovencitos que ya la llevan en la frente.

Serán identificados como la generación de la pandemia. La que recibió la educación deficiente. La que podrá desempeñar tareas facilonas con remuneraciones bajas, porque sus niveles de competencias no darán para realizar actividades complejas generadoras de valor y también de altos ingresos. Estos estarán reservados para los de siempre.

Una educación deficiente no sirve como un factor igualador. Sirve para muy poco. Para simular que el Estado cumple con una de sus funciones más caras.

Tampoco sirve al país porque lo condena al atraso, a quedarse en el mejor de los casos situado en la trampa del ingreso medio en la que llevamos años. La trampa es la condición en la que un país no puede elevar sus niveles de productividad para dar un salto decisivo al desarrollo. Se queda estancado porque no tiene cómo salir de ahí. No educa mejor, no innova, no se inserta en los circuitos de alta tecnología y se queda donde está. Así son las trampas. Sólo los visionarios pueden ayudar a salir de ellas. Y eso no es precisamente lo que tenemos al frente del gobierno federal.

Me pregunto si mirar a una generación perderse remueve algunas conciencias. Definitivamente, la mía sí.

@EdnaJaime

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