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Por Eréndira Derbez

Los tendederos de denuncias públicas y el Me too han sido muy polémicos. Hay quienes los acusan de ser punitivistas, otros de estar plagados de “falsas denuncias” porque en la mayoría de los casos no vienen los nombres de las denunciantes y solo de los acusados. Hay otras personas que reconocen en ellos la única oportunidad que han tenido en la vida para confrontar a su agresor, de advertir a otras “de quién hay que cuidarse” o simplemente de desahogar y sanar, al menos un poco, algunas heridas.

Me parece curioso que en mi experiencia universitaria en la Ibero, algunos de los profesores que salieron en el tendedero en 2020 y resultaron alarmados por la falta de control por parte de las autoridades universitarias sobre las chicas denunciantes, son en realidad maestros que todas sabíamos que había que “tener cuidado”… de esos que invitan a sus alumnas a salir antes de subir las calificaciones o que incluso tenían fama de acosadores en otras universidades donde anteriormente daban clases. “Yo tenía 9.4 de promedio en el ITAM pero me cambié en tercer semestre a la Ibero porque ya no aguantaba tener que mirar a ese maestro en el pasillo” me confiesa una egresada de mi generación. Ese mismo profesor entró años después a trabajar a la Iberoamericana, y es, por supuesto, uno de los principales críticos de los tendederos.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.