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Por Flor Aydeé Rodríguez Campos

No es algo utópico es algo en lo que todas las personas deberíamos ocuparnos: la construcción de espacios libres de violencia no son más que la respuesta a la justicia social que merecemos sobre todo las mujeres y las niñas, quienes por siglos hemos sido oprimidas por un sistema que se beneficia al mantenernos relegadas de los espacios privados en dónde la sumisión y el silencio se convirtieron en los cómplices perfectos para hacer de nuestros hogares los sitios más peligrosos. La historia no ha cambiado mucho pues ahora que ya no pedimos permiso y estamos ocupando como corresponden los espacios públicos, el machismo y la misoginia han creado el mismo ambiente de miedo, peligro e inseguridad en las calles, en los trabajos y hasta en los espacios de esparcimiento, desarrollo personal y recreativos.

El #MeToo surgió en 2017 como un movimiento social y de denuncia con el objetivo de visibilizar y poner fin a las conductas normalizadas de hostigamiento y acoso sexual y la violencia de género. Se originó en la industria de Hollywood, pero de forma rápida y sorpresiva se extendió a otros ámbitos laborales y se convirtió en un movimiento global. En nuestro país fue en 2019 cuando a través de la plataforma Twitter tomó relevancia este movimiento masivo de denuncias en distintos ámbitos. Y es que pareciera que cada que las mujeres avanzamos en el espacio social, esperamos ya una respuesta inmediata del patriarcado con mayor fuerza y esa respuesta siempre será la desacreditación a costa de lo que sea.

No es coincidencia que contextualice con el movimiento #MeToo ya que hace unos días leí a través de las redes sociales las denuncias hechas por la comunidad mexicana de corredoras respecto a un “reconocido entrenador” quién aprovechaba la posición de poder que tenía para ejercer distintas violencias en contra de las corredoras a las que entrenaba. Es lamentable que nuestra sociedad siga justificando a los agresores y culpando a las víctimas, cuestionando y revictimizando a quienes con mucho valor han decidido levantar la voz, como defensoras de los derechos humanos y de las mujeres sabemos que cuando un agresor se da cuenta que el miedo ha cambiado de bando sus armas se reducen a menoscabar a las víctimas a través de ataques a la vida personal, apariencia física e incluso salud mental. 

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