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Por Fredel Romano Cojab

Cuando comencé a escribir este artículo, no lo hice sentada, no lo hice con calma, no lo hice con un esquema previo. Me levanté de mi cama de golpe, con una idea revoloteando en mi mente, sintiendo la urgencia de expresarla antes de que se desvaneciera. Caminé de un lado a otro, con las manos en el aire como si estuviera hablando con alguien que no estaba allí. Y en cierto modo, así era.

Tomé mi teléfono y, sin dudarlo, empecé a dictarle a ChatGPT. Palabras atropelladas, frases inconclusas, ideas que venían y se iban, todas soltadas como ráfagas de viento. En ese momento no me preocupaba por la estructura ni por la claridad ni por la gramática. Solo quería vaciar lo que tenía en la mente, como si en ese caos desorganizado estuviera la esencia misma de lo que quería decir.

Y ahí es donde la magia ocurre.

Porque ChatGPT no está aquí para sustituir mis palabras. No está aquí para inventar por mí ni para pensar en mi lugar. Está aquí para tomar ese caos y ayudarme a darle forma sin borrar la esencia. Como un editor que no cambia la historia, sino que le da un ritmo, una cadencia, una claridad que la hace más comprensible para otros.

La trampa de dejar que la máquina piense por ti

Cuando comencé a experimentar con esta herramienta lo hice de manera completamente distinta. Le daba un tema y le pedía que me escribiera algo sobre ello. Dejaba que la máquina hiciera el trabajo y, al final, lo que obtenía era un texto bien estructurado, sí, pero sin vida. Sin alma.

Era como leer un manual técnico de emociones, como si alguien hubiera intentado describir la pasión con fórmulas matemáticas.

Y entonces me di cuenta de que el error no era de la herramienta. El error era mío.

Porque no se trata de darle el control. No se trata de decirle: “Dime qué debo escribir”. Se trata de llenar su espacio con mis ideas, con mi visión del mundo, con mi forma de sentir y pensar, y luego usarla para darle un orden, para hacer que esa pasión pueda llegar a otras personas de una manera clara y accesible.

Amo ChatGPT

Ahora me enloquece usar esta herramienta. No como una escritora pasiva, esperando que la máquina haga mi trabajo, sino como una mente increíble, que tras largas conversaciones y reflexiones, se sienta a vaciarlo todo en palabras y luego permite que una inteligencia artificial la ayude a darle coherencia sin robar la esencia.

Camino de un lado a otro, con audífonos puestos, diciendo frases a media voz, cuestionándome, contradiciéndome, reformulando mis ideas, dejándolas fluir antes de darles una forma definitiva.

Porque la escritura no es una tarea fría ni mecánica. La escritura es carne y hueso, es piel, es pasión, es algo que nace del interior y que no para de hervir hasta encontrar su lugar en el mundo.

Y ahí es donde herramientas como esta pueden ser aliadas. No para reemplazar la mente humana, sino para permitirle brillar con más fuerza.

El verdadero uso de la inteligencia artificial en la escritura

El peligro de la inteligencia artificial no es que reemplace a los escritores. El peligro es que los escritores se vuelvan perezosos. Que dejen que la máquina piense por ellos, que les diga qué decir y cómo decirlo.

Pero cuando entiendes que ChatGPT no es un creador, sino un espejo en el que puedes reflejar y ordenar tus ideas, entonces se convierte en una herramienta poderosa.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.