Document
Por Fredel Romano

La felicidad es un concepto escurridizo, una idea que muta según la época y la perspectiva de quien la contempla. Durante años, me he encontrado regresando a una imagen que, para mí, la define con claridad: la felicidad es como un colchón. No es una euforia pasajera ni un estado perpetuo de gozo, sino una base que nos sostiene en los altibajos de la vida.

Las emociones son cíclicas: hay días de alegría pura, momentos de profunda tristeza, instantes de enojo, incertidumbre, plenitud. Pero si contamos con un colchón firme, esas emociones caen sobre una base que amortigua el impacto. No perforan nuestra esencia ni desestabilizan nuestra existencia. En cambio, cuando este colchón es frágil o inexistente, cualquier adversidad puede sentirse como una caída libre en el vacío, sin nada que nos proteja del golpe.

La felicidad no es la ausencia de dolor, sino la presencia de un refugio interno que nos permite vivir plenamente, con todo lo que la vida trae. La cuestión no es cómo eliminar las emociones difíciles, sino cómo construir ese espacio de contención que nos permita atravesarlas sin desmoronarnos.


El Arte de Construir un Refugio Interno

Construir este colchón de felicidad es un proceso, una labor diaria que se compone de pequeños actos de amor propio. No se trata de una fórmula exacta ni de un destino al que se llega, sino de una práctica constante. 

En mi recorrido, he encontrado tres pilares fundamentales que fortalecen este soporte interior.


Darnos lo que Necesitamos, Cuando lo Necesitamos

Escucharnos es un acto de resistencia en un mundo que nos empuja a ignorarnos. En nombre de la productividad, del deber ser y de las expectativas ajenas, muchas veces nos negamos a nosotros mismos lo que genuinamente necesitamos. Descansar cuando estamos agotados. Comer lo que nos reconforta cuando el cuerpo lo pide. Buscar soledad o compañía según el pulso de nuestro interior.

No siempre es posible darnos lo que necesitamos en el momento exacto, pero la clave está en no olvidarnos. Si hoy no podemos descansar, hagámoslo una prioridad en cuanto sea posible. Si no pudimos disfrutar de un momento para nosotros, busquemos la forma de recuperarlo. Se trata de un compromiso con nuestra propia existencia, de un acto de respeto que construye una base firme sobre la cual sostenernos.


Cuestionar los "Debería Ser"

Desde la infancia, estamos rodeados de mandatos sobre cómo "deberíamos ser". Frases

heredadas de la familia, la escuela, la sociedad. Parecen inofensivas, pero a menudo nos alejan de nuestra autenticidad.


Cuando nos encontramos con un "Debería estudiar más", "Debería ser más disciplinado",

conviene detenernos y preguntarnos: ¿Es un deseo genuino o una exigencia impuesta? Si descubrimos que realmente queremos aquello, podemos reformularlo: "Quiero estudiar más. Hoy no tengo ganas, pero es algo que deseo lograr". Si, en cambio, nos damos cuenta de que viene de una presión externa sin resonancia con nuestra esencia, podemos descartarlo: "Esto no es para mí".

Transformar los "debería" en "quiero" o en "esto no me pertenece" es un acto de autonomía. Nos devuelve la capacidad de elegir nuestro camino desde la autenticidad y no desde la inercia de los mandatos ajenos.

Suscríbete para leer la columna completa...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.